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Afganistán. No podemos quedarnos en silencio ante la barbarie

En los últimos días las imágenes desgarradoras que llegan diariamente desde Afganistán están sacudiendo al mundo.

Multitudes congregadas en el aeropuerto de la capital, desesperadas por lograr subirse a un vuelo de evacuación hasta el punto de aferrarse a los aviones militares en despegue. Madres y padres que entregan a sus propios hijos en las manos de los militares para que los lleven a otro país con la esperanza de un futuro mejor. Familias con niños, ancianos y personas discapacitadas viajan por carreteras abandonadas e inseguras buscando salir por tierra hacia países vecinos como Pakistán.

Todas estas imágenes relatan la desesperación de miles y miles de seres humanos que se han visto obligados a huir de la tragedia que envuelve a su país tras la toma del poder por parte de los talibanes, que volvieron a gobernar el país 20 años después de haber sido expulsados por una coalición internacional.

Mientras tanto, quienes que no pueden escapar comienzan a esconderse en sus casas, atrapados en el miedo a las represalias violentas y potencialmente fatales de los talibanes, sobre todo contra los que colaboraron con el gobierno anterior o con la comunidad internacional, o que trabajaron para promover los derechos humanos y la justicia, o contra quienes, sencillamente, se oponen a la ideología talibán y su particular interpretación rigurosa y restrictiva de la ley islámica o Sharía.

Y ya no hay lugar seguro en el país.

Como ha señalado la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet en su discurso durante el 31º Período Extraordinario de Sesiones del Consejo de Derechos Humanos, en territorio afgano se están cometiendo graves violaciones y abusos de los derechos humanos, que incluyen ejecuciones sumarias de civiles y de miembros de las fuerzas de seguridad nacionales afganas, reclutamiento de niños soldados, represión de las protestas pacíficas, asesinatos por venganza, matrimonios forzados de niñas.

El miedo es aun mayor en las mujeres, que desde el derrocamiento de los talibanes han luchado por sus propios derechos y han asumido un papel proactivo en la vida pública, asistiendo a universidades, ocupando cargos públicos y desarrollando oportunidades empresariales, y que ahora están siendo progresivamente privadas de sus libertades y sometidas a la aplicación ultraortodoxa de la ley islámica.

De un día para otro las mujeres han desaparecido de las calles al igual que los avances en materia de educación, empleo y participación publica que tanto ha costado conseguir, como si hubiésemos regresado en el tiempo siglos atrás.

Las fotografías de los carteles de publicidad cubiertos de pintura para borrar los rostros femeninos en los lugares públicos simbolizan el regreso a los “tiempos obscuros” en los que dominaban las amplias restricciones y maltratos contra las mujeres, entre ellos, la imposición del burka, del mahram- un guardián masculino para poder salir de casa-, la prohibición de estudiar, trabajar, conducir, viajar solas, tener dinero propio, ir a un médico varón, mantener relaciones fuera del matrimonio, todo bajo pena de ser lapidadas, mutiladas, azotadas o presas.

Asimismo, el bienestar, la seguridad y la integridad de niños y niñas, las personas LGBT, las minorías étnicas y religiosas, los periodistas, los defensores de derechos humanos y de los demás grupos vulnerables están en peligro ya que corren el riesgo de sufrir violencia y represión.

Estamos asistiendo a una terrible catástrofe humanitaria y a un retroceso abisal de los derechos humanos que nos obliga a levantar nuestra voz para que el asombro ante la crueldad y la vulneración, y el ruido de pedir justicia no desaparezcan.

No podemos permitirnos quedarnos en silencio ante esta barbarie.

Alessia Schiavon, Departamento Legal de FIBGAR.