Según cifras oficiales del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados – ACNUR – en el mundo hay alrededor de 71 millones de personas desplazadas, de las que unos 26 millones son menores de 18 años. A pesar de los esfuerzos desplegados por tantos años, este drama humanitario es persistente y reaparece una y otra vez en los noticiarios. Los refugiados provienen de países y regiones del mundo que sufren cruentos conflictos como Siria, Afganistán o Sudan del Sur, siendo este último país el que en este momento aporta casi un 57% de todos los refugiados del mundo.
Los refugiados son víctimas que se ven obligadas a dejar atrás todo cuanto tenían para escapar de la guerra y la persecución. Huyen hacia donde mejor pueden. El 80% terminan siendo desplazados a países vecinos. Un ejemplo de ello es Turquía, que ha recibido a unos 3,7 millones de refugiados, de los que 1,4 millones provienen de Pakistán, 1,2 de Uganda y 1,1 de Sudan. Esta realidad trasladada a cifras nos hace ver que estamos ante una de las peores crisis de refugiados desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Este grave problema que afecta directamente a la propia esencia de los derechos humanos fue percibido como tal por la joven Organización de Naciones Unidas que el 20 de agosto de 1946 estableció la Organización Internacional de los Refugiados (OIR) como una agencia especializada en ayudar a estos refugiados alemanes para que se reasentasen dentro de las nuevas fronteras de la vencida Alemania.
ACNUR
Hacia la década de 1950, la ONU se dio cuenta que el problema del desplazamiento forzado de personas iba más allá de las propias consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y por lo tanto consideró que era necesario ampliar el margen de actuación de la ayuda humanitaria internacional. Es de esta manera que el 14 de diciembre de 1950 se creó el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) cuya primera labor fue continuar con los esfuerzos de reasentamiento de los refugiados alemanes. Unos meses más tarde, el 28 de julio de 1951 se aprobó la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, ratificada por 145 Estados, que establece las bases del estatuto de los refugiados y sus derechos.
Curiosamente en la Convención de 1951, se establece que refugiados son aquellas personas desplazadas debido a “los acontecimientos ocurridos antes del 1 de enero de 1951” es decir, se centra únicamente en las víctimas de la Segunda Guerra Mundial por lo que, para llevar a cabo la vocación universal de los derechos humanos que viene recogida en la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, era necesario modificar esta Convención.
Los intentos reformistas culminaron finalmente con la aprobación del Protocolo adicional de 1967 en el cual se aplica la definición de refugiado a cualquier persona que:
“debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él”.
Día del refugiado
La lucha por la defensa de los derechos humanos en general y de los refugiados en particular, concierne a la comunidad internacional en su conjunto, no solamente a los países de origen ni a los países receptores. Es por ello por lo que, para concienciar a la población se estableció el Día Mundial de los Refugiados cada 20 de junio desde el año 2001.
Este año 2020, marcado por la pandemia mundial del COVID-19, los refugiados deben estar presente, puesto que su situación no ha mejorado y al igual que nosotros se ven afectados tanto por la pandemia como por las consecuencias económicas del confinamiento.
Desafíos actuales
Hoy, por lo tanto, nos gustaría sacar a la luz algunos de los muchos desafíos a los que se enfrentan estas personas como consecuencia de su éxodo. Por un lado, la xenofobia que, a raíz de la situación económica, se ha acentuado tanto en los países de paso como en los países receptores; el cambio climático, que ha creado un nuevo tipo de refugiados que huye de las consecuencias nefastas que se producen en sus países de origen; y por último la pandemia del COVID-19 que afecta sobre todo a los campos de refugiados y hace necesario que también sean atendidos.
Especialmente el COVID-19 nos ha recordado el mundo interconectado en el que vivimos. ACNUR informa que 134 países de acogida confirman tener casos internos de COVID-19 y por ello hacen un trabajo de prevención y aumento de las medidas de seguridad sanitaria y al mismo tiempo campañas de concienciación para así informar a los refugiados sobre lo que deben hacer.
En este día queremos invitar a la reflexión sobre uno de los mayores problemas humanitarios de todos los tiempos. Podemos correr el riesgo de pensar que en estos meses el mundo se ha detenido y con él todos sus problemas, pero en realidad la pandemia del COVID-19 ha repercutido duramente sobre aquellos que durante estos meses han desaparecido de nuestros televisores y noticiarios.
Es preciso que sigamos trabajando desde la comunidad internacional para procurar un futuro para estas personas que no se limite únicamente a su relocalización y asentamiento, sino que ataje los problemas de los conflictos de raíz y que de esta forma todos nos comprometamos con los valores de los derechos humanos.
Ignacio García Sabater. Colaborador. Rodrigo Lledó, director de FIBGAR