Brecha salarial de género: Una realidad injusta
En la sociedad patriarcal tradicional la división del trabajo se organiza en torno a dos realidades diferenciadas, la esfera doméstica, familiar y reproductiva, reservada a la mujer, y la esfera pública, el trabajo remunerado, principalmente ocupada por varones. La creciente incorporación de la mujer al trabajo desde los años setenta del siglo XX no ha significado la desaparición completa de esta división y en lo que va de siglo sigue siendo prevalente la existencia de puestos “femeninos” y “masculinos”.
Durante este tiempo se han producido importantes avances, pero aún hoy estamos lejos de lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas. Esto es en parte debido a la persistencia de desigualdades históricas y estructurales en las relaciones de poder entre mujeres y hombres. A su vez, las situaciones de pobreza acrecientan las desigualdades y desventajas en el acceso a recursos y oportunidades para las mujeres. Las mujeres están concentradas en empleos peor remunerados, de menor cualificación y de mayor inseguridad laboral, y siguen enfrentándose a importantes obstáculos para acceder al mercado de trabajo en condiciones igualitarias a los hombres.
El desproporcionado peso que asumen en las tareas domésticas y el cuidado no remunerado de niños o personas mayores son algunas de las causas que no les permiten alcanzar la igualdad de oportunidades en el acceso a puestos acordes con los avances educativos de las mujeres en las últimas décadas.
Según datos de la Organización Internacional del Trabajo en su informe “Las Mujeres en el Trabajo. Tendencias 2016”, las mujeres siguen trabajando menos horas en empleos remunerados, mientras que asumen la mayoría de las labores de cuidado y las tareas domésticas, en una proporción de dos veces y media más que los hombres.
Esta situación tiene a su vez importantes consecuencias en el mantenimiento de otras desigualdades en el mundo laboral, acceso a determinados puestos de trabajo, promoción en el empleo, y otros, entre los que destaca la diferencia de salarios, la brecha salarial.
El principio de igualdad de remuneración por trabajo de igual valor se proclamó por primera vez en la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo y se desarrolló en su Convenio sobre Igualdad de Remuneración, 1951 (núm. 100). Asimismo, en el derecho internacional se recoge entre otros en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966) y en la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (1979).
Según datos de Naciones Unidas la brecha salarial de género a nivel mundial, se estima en un 23%. En el conjunto de la Unión Europea, el salario de las mujeres fue, por término medio, un 14,8% inferior al de los hombres, mientras que esta diferencia fue del 15,9% en la zona del euro.
Por su parte, en España, según datos del Estudio del INE “Mujeres y Hombres en España, 2021”, en el año 2019 el salario anual más frecuente en las mujeres (13.514,8 euros) representó el 73,0% del salario más frecuente en los hombres (18.506,8 euros).
La brecha salarial repercute negativamente no solamente durante la vida laboral de las mujeres, percibiendo menos ingresos, sino que tiene un impacto directo en su protección social durante toda su vida y en especial en la tercera edad. Las posibles coberturas sociales por desempleo o enfermedad se aminoran notablemente, y las pensiones son considerablemente más bajas, viéndose así las mujeres expuestas a un mayor riesgo de pobreza. Según el informe “Cómo combatir la brecha salarial entre mujeres y hombre” de la Comisión Europea, en 2012, el 21,7% de las mujeres a partir de 65 años estaban en situación de riesgo de pobreza, frente al 16,3% de hombres de la misma edad.
Según datos de Naciones Unidas, de mantenerse el ritmo actual, serán precisos 275 años para cerrar la brecha salarial de género a nivel mundial.
Isabel Álvarez. Colaboradora de FIBGAR.