Cada 10 de diciembre en todo el mundo se conmemora el Día de los Derechos Humanos en recuerdo de aquel día de 1948 en el que se aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Carta Magna de todos los seres humanos, sin distinción alguna.
El difícil contexto de la posguerra empujó a los Estados a elaborar un documento que sirviera de hoja de ruta para evitar que se repitieran las atrocidades vividas durante las dos guerras mundiales.
Por ello, surgida en un momento de inflexión en la historia de la humanidad, la Declaración contiene logros notables, especialmente a la luz de los anteriores siglos de abusos. Sin embargo, la Declaración no puede ser entendida como un punto de llegada sino como un punto de partida.
No cabe duda de que los 30 artículos de la Declaración, en sus 71 años de vigencia, han sido violados e ignorados en muchas partes del mundo, y que hay numerosas tareas pendientes para garantizar y dar efectividad a estos derechos.
Tampoco podemos caer en la tentadora conclusión de creer que lo ya conseguido es inalterable y que no hay riesgo de retrocesos. Los riesgos existen y en muchas latitudes los estamos experimentando con el renacer del fascismo que creíamos largamente superado. No hay nada más opuesto al fascismo que los derechos humanos.
Hoy como nunca antes en la historia de la humanidad los derechos humanos tienen un papel importante en el panorama político, social, legal y moral a nivel internacional.
Entonces, esta fecha no solamente simboliza la celebración de uno los mayores acontecimientos de la humanidad, sino que supone también un ejercicio de reflexión sobre la situación actual de los derechos humanos. Sin duda, entre los desafíos que la humanidad en su conjunto está llamada a encarar, destaca la protección del medioambiente.
La producción industrial a escala global ha producido una rápida degradación ambiental y nos ha conducido a la emergencia climática en la que estamos inmersos, cuyos primeros efectos visibles ya estamos experimentando. Pero no solamente se ha provocado daño al medioambiente sino que también, a escala global, ha aumentado la pobreza, la opresión y la desigualdad, a causa de nuestro modelo de sociedad.
La Declaración de 1948 no incluye ninguna referencia explícita al medioambiente, pero es indudable su relación intrínseca con los derechos humanos. Si queremos el bienestar de todos los seres humanos, no podemos desentendernos del lugar que todas y todos habitamos, de nuestra casa común. Un medioambiente sano, seguro, saludable y sostenible es necesario para vivir en condiciones dignas y poder disfrutar de los derechos a la vida, la salud, la alimentación, el agua.
Por otra parte, no podemos olvidarnos que siempre la naturaleza estará mejor cuidada en manos de quienes se sienten pertenecientes a la tierra, los pueblos indígenas, que en aquellas otras manos, las de quienes creen que la tierra les pertenece y que pueden explotar sus recursos hasta devastarlos como si no hubiera un mañana.
A pesar de múltiples cumbres y acuerdos, el panorama jurídico internacional carece de un instrumento jurídico vinculante y sancionador. De hecho, falta un compromiso firme de la comunidad internacional que aún parece no estar totalmente consciente de que fracasar en la protección del medioambiente es hipotecar el futuro de las próximas generaciones, lo que nos llevará a el fracaso del concepto mismo de los derechos humanos y de la humanidad como tal.
Es por ello que la semana pasada estuvimos en La Haya promoviendo la inclusión del crimen de Ecocidio en el estatuto de la Corte Penal Internacional, y hoy estamos asistiendo a la Cumbre del Clima COP25 en Madrid.
Parafraseando a Ronald Dworkin, si nos tomamos la Declaración Universal «en serio» y colocamos a la vida y la dignidad del ser humano como bien superior a proteger para construir una comunidad fuerte, justa y solidaria, dirigida al progreso de toda la humanidad, debemos necesariamente proteger nuestro hábitat, nuestro único hogar, del cual además formamos parte como criaturas vivientes y pensantes, sobre quienes pesa la responsabilidad de cuidar de nosotros mismos así como de las demás especies con las que convivimos.
Contemplando el derrumbamiento final del apartheid en Sudáfrica, Nelson Mandela dijo: “tras alcanzar la cumbre de una montaña, solo vemos otras muchas montañas por escalar”. Tenía razón, porque la defensa de los derechos humanos nunca termina, sino que más bien continúa adaptándose a las cambiantes condiciones sociales y a las nuevas variantes de los viejos problemas.
Por nuestra parte, en FIBGAR seguimos trabajando en la defensa de los derechos humanos y del medioambiente, y luchando contra la impunidad de quienes cometen los peores crímenes, aquellos que desprecian la vida de los seres humanos y también de la naturaleza en la que vivimos. Seguimos y seguiremos escalando montañas.
Rodrigo Lledó, Codirector. Alessia Schiavon, departamento legal. FIBGAR