El deber de proteger a quienes nos defienden
Hay personas que representan muchas luchas. Personas que, al tomarlas como ejemplo, pueden servirnos para hablar de la defensa de muchos de nuestros derechos. Ésas son las personas que están haciendo que nuestro mundo cambie.
Pero los cambios producen inevitablemente que aquellos que se aprovechan de la desigualdad, del enfrentamiento, de los recursos, del pueblo silenciado, sientan que estas personas son incómodas, son una amenaza para su posición de poder intolerante, que hacen temblar sus palacios de cristal construidos a base de pisotear los derechos de los más desfavorecidos. Y entonces, éstos deciden quitar de en medio a esas personas.
A Marielle Franco la mataron, quisieron silenciarla a balazos en plena calle de Río de Janeiro el día 14 de marzo. Hoy, cuando ha pasado poco más de una semana de este execrable asesinato, esta “mujer, negra y de las favelas de Maré”, como ella misma se definía, y que representaba todas las luchas, no solo de los ciudadanos y ciudadanas brasileños, sino la de todos nosotros, sigue moviendo el mundo. Y lo hará mientras quede memoria y dignidad en el pueblo.
Marielle Franco nos recuerda a Santiago Maldonado, a Berta Cáceres y a tantos otros que fueron eliminados por aquellos a los que plantaron cara en defensa de toda la sociedad. Y es que el crimen que acabó con la vida de Marielle se suma a la larga lista de defensores y defensoras de Derechos Humanos que pierden su vida por la acción violenta de unos perpetradores amparados por un sistema ineficaz de justicia, por una corrupción policial galopante; por unas instituciones indolentes que están llevando a Brasil al borde del precipicio; o por unas corporaciones que anteponen el beneficio a la defensa de la vida.
Si tenemos en cuenta las cifras del año 2017, al menos 312 defensores de Derechos Humanos fueron asesinados en 27 países según el informe anual que sobre este tema edita la organización Front Line Defenders. Estas cifras seguro nos escandalizan, pero lo más sangrante es que la inmensa mayoría de los asesinatos fueron precedidos por amenazas, muchas de la cuales habían sido comunicadas a las autoridades sin que esto supusiera una mayor protección. Esa indiferencia culpable no solo debe ser denunciada, sino erradicada.
Debemos replantearnos las medidas que hoy en día están establecidas para evitar este incesante goteo de muertes que provocan una necesidad inmediata de exigir un cambio internacional en las políticas de protección integral de los defensores y defensoras de Derechos Humanos, y muy especialmente en Latinoamérica, en donde al menos 212 personas fueron asesinadas por su activismo el año pasado, 156 de las mismas sólo en Brasil y Colombia. Los diferentes gobiernos deben comprometerse públicamente a otorgar esa protección efectiva y a garantizar investigaciones independientes y eficaces contra los perpetradores.
En este mundo que llamamos globalizado, al igual que la información de la muerte de Marielle Franco, lideresa de los Sin Techo, nos llegó a todos a través de nuestras redes sociales, de los medios de comunicación, de nuestros móviles, tenemos la obligación de usar los mismos medios para condenar los hechos, pero no solo; también tenemos la obligación de exigir a las autoridades que no permitan que la impunidad se perpetúe. Y si no lo hacen, utilizar todos los medios legales, nacionales e internacionales para proceder contra quienes así omiten sus obligaciones para con la ciudadanía.
Porque la lucha de Marielle, de Santiago, de Berta y de tantos otros, dejó de ser la lucha de unos pocos hace mucho tiempo. En la firme creencia de la ciudadanía universal y de que los Derechos Humanos nos atañen a todos conectándonos en nuestra esencia, ellos también luchaban por mí y por ti y por nosotros. Y por tanto tenemos el deber de ser voceros del dolor de los Sin Techo, pero impetrando justicia y hacerlo sin descanso y sin fronteras.
Lo ocurrido en Río de Janeiro no es un hecho aislado, sino un síntoma que muestra una cadena de impunidades que se extiende como una inundación ante la falta de acción de unas autoridades que ni reconocen su responsabilidad, ni asumen el control que sobre ellas ejercen los verdaderos responsables de este crimen.
María Garzón y Baltasar Garzón
Este artículo fue publicado en nuevatribuna.es