El derecho a ser niños
Selma Gil Díaz. Abogada de FIBGARMadrid, 12 de junio de 2015. Día 12 de junio. Tan sólo 24 horas en las que se recuerda la vida entera de cientos de miles de pequeños seres humanos, los más vulnerables, los niños, a los que se les obliga a abandonar la infancia, a los que se les niega la oportunidad de ir al colegio, jugar o recibir los cuidados propios de su edad, a los que se les impide su pleno desarrollo y el disfrute de las libertades más elementales. Un día para acordarnos de «los niños de la basura», quienes bajo un ardiente sol están condenados a pasar sus horas excavando con sus diminutas manos entre las toneladas de los desperdicios de un mundo que los ignora y obliga a sobrevivir con el sudor de su frente bajo condiciones infrahumanas.
Un día para acordarnos de aquellos que no conocen los juguetes, ni los libros, y que han sido reclutados en sus primeros años de vida para “trabajar” de carteristas en Sofía (Bulgaria), en las cosechas del algodón de Turquía, como empleadas domésticas en Yakarta (Indonesia), cosiendo pelotas de fútbol en Pakistán, en las minas de Perú, en las canteras del África Subsahariana, o en las fábricas textiles de Pnom Phen (Camboya) que producen ropa a dos duros – y saltándose las normas laborales más básicas – para los proveedores de marcas como H&M, Inditex, Levi Strauss, Gap, Marks and Spencer, Adidas o Armani.
Sobre el papel, y desde hace décadas, todos los niños y las niñas disfrutan de los mismos derechos. Sobre el papel, el “trabajo infantil”, es decir, toda actividad que prive a los niños de su infancia, de su potencial, de su dignidad, y que sea perjudicial para su desarrollo físico y psicológico, es perseguido internacionalmente. Ahí tenemos la declaración sobre los Derechos del Niño de 1923 de la Sociedad de Naciones, o la segunda de 1959 – redactada ya por las Naciones Unidas- que si bien eran limitadas, ponen de manifiesto los principios más básicos que deben regir la protección de los niños. Y que crearon las bases para que en 1989 naciera la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño, ratificada por todos los países, salvo por Somalia (en proceso de ratificación); Sudán del Sur, que en 2011 fue reconocido como Estado número 193 y que aún no ha firmado o ratificado la Convención y Estados Unidos, donde la cadena perpetua sin libertad condicional para menores es legal y parece la causa que impide al Estado sumarse oficialmente a esta lucha.
Millones de niños en el mundo
A pesar de estos bienintencionados principios continúa siendo abrumador el número de niños que trabajan y sufren una violación sistemática de sus derechos. En la región de Asia y el Pacífico seguimos encontrando la cifra más alta de niños que trabajan (casi 78 millones o 9,3% de la población infantil) aunque en términos porcentuales la región de África Subsahariana continúa siendo la región con la más alta incidencia de trabajo infantil (59 millones, más del 21% de la población infantil).
Por su parte, en América Latina y el Caribe, existen 13 millones de niños (un 8,8%) en situación de trabajo infantil, mientras que en la región del Medio Oriente y África del Norte hay 9,2 millones (un 8,4%). De todos estos niños, más de la mitad están expuestos a las peores formas de «trabajo» infantil: aquel realizado en entornos peligrosos, la esclavitud, el tráfico de estupefacientes, la explotación sexual o la participación involuntaria en conflictos armados.
Siendo cierto que la pobreza se constituye como el principal factor para que se obligue a un niño a trabajar, la solución no implica solamente que se destinen recursos a la erradicación de la miseria. Aquella se erige como una carrera indispensable, pero realizable a largo plazo. Sin embargo, los Estados tienen en sus manos, a corto plazo, la posibilidad, la responsabilidad y el deber de garantizar que sus agentes económicos no se enriquezcan a costa del trabajo de los niños en cualquier otro lugar del mundo. Esto puede hacerse mediante auditorías – por parte del Estado y de las mismas empresas- y mediante la publicación de dicha información a los futuros consumidores, tal y como ya se realiza con la contabilidad de las empresas en cada ejercicio. Así, el día de mañana, las familias que pretendan comprarse unos vaqueros, una pelota de fútbol o una camiseta, podrán decidirse de forma segura por productos que no hayan sido producidos mediante el consumo de la infancia de un niño.