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El reto del estrés hídrico

El Objetivo 6 de la Agenda 2030 es agua limpia y saneamiento, o más concretamente, asegurar el acceso universal al agua potable a un precio asequible para la próxima década. Junto a esta gran meta encontramos otras, como garantizar el acceso a servicios de saneamiento e higiene y acabar con la defecación al aire libre, mejorar la condición del agua, o impulsar el uso eficiente de los recursos hídricos.

Asimismo, este ODS6 hace hincapié en la necesidad de preservar los ecosistemas vinculados al agua, como los bosques, humedales, montañas, ríos, acuíferos y lagos. También se establece como meta la ampliación de la cooperación internacional y el apoyo a países en vías de desarrollo en programas de agua y saneamiento (desalinización, tratamiento de aguas residuales, o reciclado).

Por último, las ambiciones de este Objetivo culminan en el fortalecimiento de la participación de los gobiernos locales en el perfeccionamiento de la gestión del recurso hídrico y su saneamiento.

Este objetivo irrumpe en un contexto en el que el crecimiento de la población, la precipitada urbanización y la contaminación son importantes factores de presión sobre el agua. Así, surge el llamado estrés hídrico, es decir, la situación en la cual hay más demanda de agua que cantidad disponible durante cierto período de tiempo, en ocasiones restringida por su escasa calidad. Esta situación afecta hoy a unos dos mil millones de personas.

De igual manera, son preocupantes las pérdidas del 70% de las zonas húmedas naturales globales durante el siglo XX, o un 80% de vertidos de aguas residuales en vías fluviales sin el tratamiento apropiado.

La escasez de agua atormenta ya un 40% de la población mundial, y una de cada tres personas no tiene acceso a agua potable. Asimismo, según la ONU, se le concede un escaso valor en regiones como América Latina, promoviendo su sobreexplotación y contaminación, y avivando conflictos. No se tiene en cuenta, por tanto, el verdadero valor estratégico de este recurso. Sin esta conciencia sobre su necesidad y valía se fomenta su mal uso y desperdicio.

Si la comunidad internacional se mantiene en esta línea, se espera que para 2050 unos 5700 millones de personas habiten en zonas que sufran escasez de agua al menos un mes al año. Y para 2040 el estrés hídrico podría dispararse, con un aumento de más del 50% de la demanda mundial de agua.

Si bien estas dificultades pueden parecer relativamente lejanas al continente europeo, hay numerosas regiones del mundo que se enfrentan a obstáculos diarios. Así, en el Sahel, mientras solía sufrirse un año de sequía cada década, hoy tiene lugar cada dos años. La escasez de agua en esta zona está vinculada con la deficiente gestión gubernamental, y es una fuente de inestabilidad y conflicto.

En Bután, los habitantes del sur del país se enfrentan a dos situaciones radicalmente opuestas, una de auténtica escasez de agua en una zona, y otra de vertiginoso crecimiento de los ríos y consecuentes inundaciones en temporada de lluvias en la otra. A esto se unen las anuales tormentas de viento, los incendios forestales y la escasez estacional de agua, afectando gravemente a un país que depende de la agricultura de subsistencia.

Así las cosas, recientemente, con motivo del Día Mundial del Agua 2021, el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, ponía de relieve la importancia de este recurso. El Secretario alentaba a intensificar los esfuerzos para concederle al agua el valor que merece, en aras de conseguir un acceso equitativo para todos. En efecto, se trata de un derecho humano y la comunidad internacional debe establecer medidas para su cumplimiento. 

En suma, parece que este recurso básico que en Europa consumimos a golpe de manguera, lavavajillas o bañera no llega de igual manera ni en las mismas condiciones a todo el mundo. Y quizás el inicio de la concienciación para una mejor gestión y facilitación de su acceso pase por preguntarnos, cada uno de nosotros y nosotras, cuánto la valoramos, y cómo de sostenible es nuestra relación con ella.

Cristina Molina Campos, colaboradora FIBGAR.