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En el Comienzo era la Tierra

«La tierra es el sostén de todas las cosas y no hemos creado todavía otra mesa que soporte nuestros bienes». En el Día Internacional de la Madre Tierra resulta más que oportuno volver a la autora de estas palabras, Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura, cuya obra está impregnada de sabiduría campesina.

En Conversando sobre la tierra (1931), esta chilena universal nos habla sin ambages acerca de los intereses capitalistas que atropellan o destruyen ese vínculo sagrado que une a la mujer, al hombre y al niño con la tierra. La madre tierra nos acoge, nos nutre, nos abriga, nos enseña. Pero como toda buena madre, también nos regaña y cada tanto estalla en cólera.

El calentamiento global, que en clave académica implica la subida insostenible de la temperatura del planeta, no es otra cosa que el grito colérico de la tierra. Más que de una advertencia o una amenaza, es un basta ya, una vez más, basta ya.

Europa se ha especializado en predicar lo que no practica; mientras sus líderes políticos lanzan hoy mensajes ecologistas henchidos de lugares comunes, los desmanes de ciertas corporaciones siguen su curso en nombre del «crecimiento», celebrado eufemismo capitalista que saca rédito de pueblos olvidados y devasta la tierra, el «sostén de todas las cosas».

Bajo la égida del «crecimiento» las multinacionales llegaron hace ya décadas a Indonesia, uno de nuestros mayores tesoros naturales, decididos a cultivar una de las materias prima estrella, la palma aceitera. Pero los predicadores y emprendedores del crecimiento se encontraron con un capricho de la madre tierra: los bosques tropicales. ¿La solución? Talar y quemar. 

La empresa fue un éxito para los bolsillos de unos pocos y un desastre para la humanidad. De acuerdo con datos oficiales, entre 1990 y 2015, casi 24 millones de hectáreas de bosques indonesios han sido destruidos, por el boom del uso de aceite de palma en la industria internacional. Este commodity, como su hermana la soja, sirve tanto para fabricar agrocombustibles como productos alimenticios y cosméticos, que abundan en las góndolas de nuestros supermercados.

Según Greenpeace en estos últimos 25 años Indonesia ha perdido una cuarta parte de sus bosques, una barbaridad que nos obliga a actuar mancomunadamente, para frenar o mitigar la emisión de dióxido de carbono en el Sudeste Asiático. Pero quisiera llamar la atención sobre un asunto que va de la mano de la contención de la temperatura global; el tan mentado «salvar el planeta» también implica rescatar lo mejor de las prácticas agrícolas ancestrales y devolver a las comunidades locales el ejercicio del derecho a decidir sobre su tierra, su uso y cuidado. Es todo un desafío, habida cuenta de que es una «costumbre» que la topadora capitalista no tolera.

Permitidme que regrese a Conversando sobre la tierra, a la mirada aguda y conmovedora de Gabriela Mistral: «La costumbre constituye el tejido de muchas almas pareciendo ser únicamente la rutina de muchos cuerpos, y cuando nos la descuajan, el desgarrón se siente en las entrañas que era donde remataban sus hilos».

Este desgarrón se siente hoy en Indonesia, donde viven aproximadamente 260 millones de personas, de las cuales entre 50 y 60 millones forman parte de comunidades indígenas, afectadas directa o indirectamente por la deforestación, el monocultivo y la contaminación rampantes.

Como se ha dicho en un reciente artículo, la Fundación Internacional Baltasar Garzón, FIBGAR, trabaja con la organización Forensic Architecture para dar respuesta judicial a este tipo de ataque general y sistemático contra el medioambiente y su impacto sobre los derechos humanos. En esa dirección se ha planteado el Ecocidio como nuevo crimen internacional, que supone «el daño extenso, la destrucción o la pérdida de ecosistemas de un territorio dado, ya sea por acción humana o por otras causas», tal y como lo define la abogada experta Polly Higgins.

Somos conscientes de que el camino es pedregoso, marcado por veleidosas y timoratas políticas medioambientales que poco o ningún efecto tienen frente al poder económico y financiero, cuyo despliegue creativo para eludir responsabilidades es colosal. No es una cuestión de optimismo o pesimismo, es una cuestión de prioridades, de acciones concretas. «Los hombres tenemos que decir al revés de San Juan El Evangelista: ‘En el comienzo era la tierra’ y no ‘En el comienzo era el Verbo’», escribió Mistral en 1931.

Gabriel Díaz Campanella
Periodista y Lingüista
Colaborador de la Fundación Internacional Baltasar Garzón, FIBGAR