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España debe y puede hacerlo

Adelantándose a una planificación previa cuidadosamente diseñada, un viernes 17 de julio las tropas de las provincias españolas de África comenzaron un golpe de estado que estaba originalmente previsto para el día siguiente, como así ocurrió en la península. Para el domingo 19 el panorama ya era meridianamente claro. La rebelión militar contra el gobierno constitucional no había marchado según los planes, pues varios regimientos y guarniciones, a pesar de los intentos realizados, se mantuvieron fieles a su juramento de honor y respeto a la legalidad, mientras se repartían armas entre los civiles que estuvieran dispuestos a combatir. Se iniciaba así una de las guerras más sangrientas del Siglo XX, que fue la antesala de lo que después se conocería como la Segunda Guerra Mundial.

La Guerra de España o Guerra Civil Española (1936 – 1939) surgió de este fallido golpe de estado hace exactamente 83 años atrás, y en ella participaron de una u otra forma la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler, las brigadas internacionales (mayoritariamente francesas), soldados españoles en uno y otro bando, mercenarios, moros y cristianos, ateos, hombres, mujeres y niños que empuñaron las armas en defensa de una ideología, de un credo, de la libertad, de la patria, de la moral o simplemente de su propia supervivencia.

Tras la Guerra Civil vino la depuración y la masacre de los vencidos realizada por una dictadura cívico-militar que duraría cuarenta años, dejando un saldo de más de cien mil desaparecidos; decenas de miles de personas encarceladas y torturadas, incluyendo violaciones a mujeres, humillaciones y vejaciones; miles de niñas y niños arrebatados de sus madres o entregados en adopción irregular; más de medio millón de personas solas y familias completas o fracturadas que partieron al exilio para evitar la persecución o la muerte, así como el expolio masivo del patrimonio de los vencidos por instituciones y particulares integrados en la dictadura o afines a ella, todo esto cubierto por un manto de silencio impuesto sobre el cual reinaba un único discurso oficial.

Podría uno coincidir en que estos son temas del pasado sino fuera porque los efectos de lo que un historiador británico ha llamado el Holocausto español perviven en una sociedad dividida, en la que aún hoy algunos conmemoran estos trágicos acontecimientos calificándolos de gloriosa cruzada por Dios y por España, mientras otros se manifiestan en la Puerta del Sol y en tantos otros sitios pidiendo que se deje de exaltar al dictador en el Valle de los Caídos.

Tras cuarenta años de democracia son miles de familias españolas las que hasta el día de hoy no han podido dar digna sepultura a sus seres queridos, no existiendo ni tan quiera un censo oficial de víctimas. No ha habido verdad, ni justicia, ni reparación en condiciones, que garanticen la no repetición de los horrores padecidos para hacer realidad aquel ¡Nunca Más! que bien supieron años más tarde enarbolar como bandera las víctimas de otras latitudes.

Y esta tarea es urgente porque cada día que pasa muere otra madre, otra esposa, otro hijo o hija sin haber podido cerrar un largo y extenuante duelo por la pérdida irreparable del ser amado. Cada día que pasa es un día más perdido en las vidas de aquellas mujeres a quienes les fue usurpado su derecho a ser madres y que buscan incansablemente los caminos para el anhelado reencuentro con sus hijas e hijos sin rostro ni nombre conocido.

España, integrada en la Unión Europea, en Naciones Unidas y en los más importantes foros globales, no puede seguir ignorando las recomendaciones internacionales que en todos los tonos se le han efectuado para que atienda, con la dignidad que todo ser humano se merece, las peticiones de miles de personas que sufren hoy, como consecuencia del pasado, pero sobre todo a causa de la indiferencia actual, actitud ciertamente incompatible con un Estado que se proclama social y democrático de derecho. Este país seguirá dividido e internacionalmente señalado mientras no lo haga. Aunque es ya muy tarde, España debe y puede hacerlo.

Rodrigo Lledó, Codirector de Fibgar.