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Final del trayecto

Aunque nos pueda parecer ya lejano, todavía no ha pasado si quiera un mes desde el momento en el que asistimos desde nuestros hogares, prácticamente en directo, a la trasmisión televisiva del asalto al Capitolio. Parecía una mala broma o una parodia de un golpe de Estado, en la que vimos a las huestes de la supremacía blanca, del negacionismo y de las teorías de la conspiración de diverso tipo, desde los terraplanistas hasta los del movimiento QAnon, apoderarse de uno de los símbolos más preciados de la democracia estadounidense.

Vimos desfilar a una serie de peculiares personajes, algunos vestidos de uniforme militar y con armas de guerra, otros disfrazados de superhéroes e incluso pseudo vikingos con casco y cuernos de bisonte. Las imágenes bien podrían corresponder a una película de bajo presupuesto o a una comedia distópica, pero eran terriblemente ciertas. Es grave, no sólo porque murieron 5 personas y hubo otros tantos heridos, sino porque su objetivo era interrumpir y entorpecer el proceso democrático con el objetivo declarado de torcer la voluntad mayoritaria, es decir, doblegar a la democracia.

A este punto no se llega de la noche a la mañana. Estos hechos no se improvisan. Son fruto de meses e incluso años de bombardeo constante de noticias falsas que incitan al miedo y al odio, tildando al adversario de enemigo, de traer el caos, de querer destruir a la nación, en suma, todo un esfuerzo sostenido y constante por demonizar al adversario. Esto no es nuevo en la historia de la política. Durante la guerra fría lo hizo el propio Estados Unidos con los comunistas y a su vez la Unión Soviética con los norteamericanos, y antes los nazis con los judíos.

Antes o después los ataques verbales terminan en hechos violentos. Basta recordar “la noche de los cristales rotos”, que fue alentada deliberadamente, o el exterminio de tutsis a manos de los hutus en Ruanda, que también fue instigado desde un medio de comunicación además de proveer las armas necesarias para la carnicería. Los discursos del odio pueden ser comparados con un pirómano. Sabemos quién y dónde inicia el fuego, pero no sabemos el daño que provocará ni dónde terminará el incendio.

Es obvio, pero no está demás decirlo claramente. El fascismo no respeta las reglas de la democracia, ni menos la voluntad de un pueblo. Tarde o temprano la siembra permanente de miedo y odio germinará y dará como fruto uno o más actos violentos que pretenderán desconocer la voluntad mayoritaria y dirigirá toda esa ira acumulada en contra de los más vulnerables, esos colectivos a los que se culpa de todos los males, sean estos judíos, gitanos, homosexuales, adversarios políticos, personas con discapacidad o simplemente inmigrantes. El fascismo no es constructivo, ni conciliador, ni propositivo. El fascismo busca un culpable y lo persigue hasta su total destrucción.

Esto es lo que está detrás de un ataque racista, xenófobo, homófobo o misógino, donde la superioridad necesita ser reforzada con la agresión impune. La semilla del fascismo ha sido deliberadamente esparcida por diversos países, no sólo en Estados Unidos. Los hechos, lamentablemente, revelan que algo está sucediendo ante nuestros ojos y no podemos quedarnos indiferentes, porque ya sabemos dónde termina este proceso. No es casual que en el asalto al capitolio hubiese más de alguno con camisetas reivindicativas del Holocausto y específicamente de Auschwitz.

 La situación es tan preocupante que Naciones Unidas ya ha tomado cartas en el asunto. La Asamblea General de Naciones Unidas aprobó el 17 de diciembre de 2018 una resolución para “Combatir la glorificación del nazismo, el neonazismo y otras prácticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de racismo, discriminación racial, xenofobia y formas conexas de intolerancia”. La resolución no fue aprobada por unanimidad, sino por 129 Estados que votaron a favor. Contó con los votos en contra de Ucrania y nada menos que de Estados Unidos (entonces bajo la administración Trump). Pero lo revelador, lamentable y preocupante es la abstención de 54 países, muchos de los cuales son países miembros de la Unión Europea, entre ellos, Austria, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Grecia, Hungría, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Polonia, Portugal, Rumania, Suecia o España, además otros países europeos que no están en la unión, como Noruega, Suiza, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.

La globalización del fascismo se está produciendo a pasos agigantados.  Esto quedó en evidencia en el “encuentro internacional de patriotas y conservadores” efectuado el recién pasado 15 de enero. En dicha ocasión se reunieron Santiago Abascal (España) y Giorgia Meloni (Italia) para tratar distintos asuntos que son de interés común, como la Globalización y el Patriotismo, la Unión Europea y la cuestión migratoria. A este encuentro fueron invitados ultraderechistas connotados como el chileno José Antonio Kast (abierto admirador de Pinochet) y Mattias Karlsson (antiguo líder de los Demócratas Suecos, forzado a dejar su cargo debido a sus ideas xenófobas).

Es preocupante y conviene llamar la atención sobre estos sucesos, precisamente en un día como hoy, 27 de enero, “Día internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, porque ya conocemos el tren del fascismo y sabemos perfectamente cuál es su “final de trayecto”.

Consuelo León, colaboradora. Rodrigo Lledó, director. FIBGAR