Para muchas personas en distintos lugares del mundo este es un día difícil. La tortura deja secuelas de por vida en quienes la han padecido, algunas visibles pero la mayoría se llevan en silencio guardadas en un lugar muy íntimo al cual generalmente ni la familia ni los amigos tienen acceso, para no agitar los recuerdos y replicar un dolor con el cual se aprende a vivir, pero que nunca se puede olvidar.
La práctica de la tortura en la historia se puede rastrear desde las primeras civilizaciones e incluso más atrás hasta perderse en la noche de los tiempos. En España se abolió la tortura en 1808 y en las antiguas colonias americanas su eliminación vino de la mano de los procesos de independencia.
Sin embargo, la tortura se siguió practicando más o menos solapadamente, pues los procesos judiciales de carácter inquisitivo seguían sobrevalorando la confesión como la máxima prueba de culpabilidad. Durante la Segunda Guerra Mundial se volvió rutinaria, sofisticada y fue nuevamente legitimada. Conocidos son los campos de concentración Nazi y sus aberrantes métodos de tortura, incluyendo la experimentación con seres humanos. Por ello, no es de extrañar que la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 haya incluido expresamente la prohibición de la tortura en el artículo 5: “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.”
Sin embargo, la Declaración Universal no bastó y la tortura se siguió practicando en distintos países, en muchos casos siendo tratamiento habitual para delincuentes comunes, pero también ejercida sobre los enemigos políticos por gobiernos autoritarios como en la España franquista y en las dictaduras latinoamericanas, aunque en realidad muy pocos países del mundo se libraron de ella hasta bien avanzado el Siglo XX, cuando en 1984 se adoptó la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, ocurriendo lo propio al año siguiente en el nuevo continente con la Convención Interamericana para prevenir y sancionar la Tortura.
La historia de Haydée
A lo largo de los años, en contextos y lugares muy distintos, me ha correspondido trabajar con personas que han padecido directamente la tortura. Las vivencias son muchas, pero quiero rescatar una de ellas que creo que es particularmente importante en un día como hoy, en el que se conmemora el día internacional en apoyo de las víctimas de tortura. Es la historia de Haydée, una joven mujer que fue detenida por haber apoyado al Gobierno de Salvador Allende y luego haber sido opositora a la dictadura de Pinochet. No hace falta entrar en detalles escabrosos, pues bastará con decir que Haydée perdió al hijo que llevaba en su vientre en uno de los recintos clandestinos más cruentos de aquella negra época.
Cuarenta años después tuve el privilegio de conocer su historia, de entrevistarme con ella en persona y de acompañarla en las últimas etapas de su largo proceso de sanación física y mental, que vino de la mano de un proceso judicial en el que dos de los torturadores fueron condenados, así como de un acto psico-mágico de sanación espiritual en el mar: «la liberación de Sebastián». Su hijo no nacido fue simbólicamente liberado en el océano, frente a las costas donde se ubica el cuartel de la Marina en el que habían ocurrido los hechos, con la bendición del cura obrero Mariano Puga y las melodías que interpretamos algunos integrantes del grupo Barroco Andino, que acompañamos musicalmente ese emotivo momento.
Reconocer y apoyar a las víctimas
Traigo al presente este recuerdo de Haydée, para homenajear en su persona a las más de 40 mil víctimas de tortura de la dictadura chilena, que han sido reconocidas por dos comisiones de la verdad (en una de las cuales tuve el honor de trabajar). Todo esfuerzo es poco para apoyar a las víctimas y generalmente será percibido como insuficiente, ya que por más esfuerzos que se hagan no es posible reparar lo irreparable, pero sí apoyarlas para superarlo.
Pero aunque insuficiente, esta situación dista mucho de la que se ha vivido en España, donde no hay un informe sobre lo ocurrido, no hay un reconocimiento oficial de las víctimas, no hay medidas de reparación permanentes, ni han sido homenajeadas como se merecen, ni tampoco han tenido la posibilidad de obtener justicia y el juez que lo intentó en su momento lo pagó con su carrera judicial.
Ni siquiera hubo posibilidad de quitarle los honores a un torturador como Billy el Niño, quien falleció con su condecoración vigente (asociada a un estímulo monetario mensual) que ostentó hasta el día de su muerte, como agradecimiento por haber torturado a miles de españolas y españoles.
Billy el Niño ya ha fallecido, pero aún es tiempo de reconocer y dignificar a las cientos o miles de personas que aún viven y que padecieron en sus carnes la tortura. Es urgente, no hay más tiempo que perder. Hoy, por ejemplo, día internacional en apoyo de las víctimas de la tortura, era un momento propicio que se ha desperdiciado. Tendremos entonces que seguir esperando hasta otra buena oportunidad.
Rodrigo Lledó. Director Institucional de Fibgar