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La educación en tiempos de adversidad

La educación es para la sociedad en la que vivimos como un órgano vital, ya que, cómo tal, cumple funciones críticas y esenciales para la existencia del sistema democrático. Representa su cerebro, sus pulmones, su corazón, su aparato locomotor.

Educar no es solamente transmitir conocimientos, competencias o valores, es una herramienta poderosa que forja nuestra forma de ser, al punto que buena parte de lo que somos se lo debemos a la educación que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida. Asimismo, es un proceso que lleva implícita la idea del avance y del progreso.

En su aspecto individual, permite el desarrollo de las personas a favor de su bienestar, dotándolas de las habilidades y capacidades para poder afrontar los retos y alcanzar su propio potencial. Sin embargo, de esta manera no solamente beneficia al individuo, sino también es germen y factor del desarrollo pacífico y sostenible de una sociedad.

Como un efecto dominó, la educación puede llevar a mejorar las oportunidades de empleo, incrementar los ingresos de los más pobres y, a largo plazo, reducir la pobreza, las desigualdades y las discriminaciones, promoviendo la movilidad socioeconómica.

La educación empodera a los más vulnerables, contribuye a la lucha contra la normalización del desequilibrio social y crea personas que disponen de todos los medios necesarios para participar plenamente en la vida social y, además, para tomar decisiones informadas, beneficiando por último al Estado de Derecho.

Esta doble naturaleza de la educación se destaca concretamente en el artículo 26, párrafo 2, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que reconoce a la educación como un derecho humano y fundamental, el cual proporciona las herramientas necesarias para que todas las personas puedan acceder a una mejor calidad de vida, siendo asimismo un medio indispensable de realizar otros derechos humanos: civiles, culturales, económicos, políticos y sociales.

«La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana y el fortalecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales; favorecerá la comprensión, la tolerancia y la amistad entre todas las naciones y todos los grupos étnicos o religiosos; y promoverá el desarrollo de las actividades de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz».

Como decía el filósofo griego Aristóteles, la educación es así un ornamento en la prosperidad, mas, es también un refugio en la adversidad.

En tiempos adversos, como en los que ahora nos encontramos envueltos, las sociedades acaban siendo sometidas a graves dificultades, que llevan a crisis profundas, económicas, sociales y, en definitiva, de valores, con consecuencias relevantes para el bienestar de todos y todas.

Depende de cada sociedad establecer la forma en cómo afrontar las adversidades. Es el momento de buscar la recuperación económica y social de manera sostenible, sin hipotecar el porvenir de las generaciones futuras. Por ello, precisamente en estos momentos, la educación de la ciudadanía se torna imprescindible, pues son las ciudadanas y ciudadanos los auténticos protagonistas y agentes del desarrollo humano.

En los dos últimos años el mundo ha venido sufriendo una crisis sanitaria, económica y social sin precedentes en la historia reciente, a la cual debe añadirse el implacable avance de los ataques al medioambiente.

Todo esto nos ha enseñado que el patrón de crecimiento y desarrollo es insostenible, desvelando las profundas desigualdades y dificultades de nuestras sociedades que entretanto se han quedado paralizadas.

Esto es lo que hace necesario que, para salir de esta parálisis, se invierta en la educación, sobre todo considerando que la pandemia ha provocado la mayor interrupción de la historia en los sistemas educativos, con previsibles impactos en las oportunidades de aprendizajes, que ha acabado afectando a casi 1.600 millones de alumnos en más de 190 países en todos los continentes.

Esta semana la celebración del Dia Internacional de la Educación (24 enero) y del Dia Mundial de la Educación Ambiental (26 enero) hacen un llamamiento a la importancia de recuperar y revitalizar, de manera efectiva, el papel de la educación en la definición de las estrategias de reconstrucción social y económica post pandemia, para que nadie se quede atrás. 

Para lograrlo, los gobiernos y todos los actores relevantes deberán recuperar la hoja de ruta que nos marca la Agencia 2030 de Naciones Unidas para que los compromisos para una educación inclusiva, equitativa y de calidad se transformen en hechos reales y concretos. 

Por nuestra parte, FIBGAR seguirá consolidando su compromiso con la educación, garantizando iniciativas de calidad que forjen una cultura de los derechos humanos y contribuyan al fortalecimiento de una sana convivencia democrática.

Alessia Schiavon. Departamento Legal de FIBGAR