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La Hoja de Ruta de la Humanidad

Después de la Primera Guerra Mundial, en 1933, en una sesión del Consejo de la Liga o Sociedad de las Naciones en la que se atendía la queja de un judío en contra de Alemania, Goebbels, Ministro de Propaganda del régimen Nazi, afirmó: “Somos un Estado soberano y lo que ha dicho este individuo no nos concierne. Hacemos lo que queremos de nuestros socialistas, de nuestros pacifistas, de nuestros judíos y no tenemos que soportar control alguno ni de la Humanidad ni de la Sociedad de las Naciones”.

Tras el desastre de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, el mundo tuvo meridianamente claro que la soberanía estatal debía ser limitada. Actualmente la soberanía encuentra su límite en el respeto de los Derechos Humanos y, para garantizarlos, se han creado una serie de mecanismos internacionales de protección de la persona humana: Tratados de Derechos Humanos tanto generales como especiales, declaraciones y principios, comisiones, comités, grupos de trabajo, relatores especiales, Tribunales de Derechos Humanos hasta llegar a la Corte Penal Internacional. Todo este edificio de libertades y derechos partió el día 10 de diciembre de 1948.

La aprobación de la Declaración Universal no fue un proceso sencillo. Estas iniciativas nunca lo son, y mucho menos menos una de tal envergadura. El trabajo comenzó en 1946 con un comité de redacción integrado por representantes de varios países, que al poco tiempo fue ampliado para incluir la visión de otros contextos políticos, religiosos y culturales. Después el texto fue debatido en un Comité de Redacción en el seno de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, comité que estuvo presidido por Eleanor Roosevelt. A ella y a un grupo de mujeres menos conocidas, les debemos que la Declaración utilice un lenguaje que no diferencia entre hombre y mujer, salvo excepciones expresas destinadas a equiparar los derechos de unas y otros.

Originalmente la Declaración Universal fue concebida sin carácter vinculante, pero a través del tiempo, su constante invocación unido a la opinión jurídica dominante, la transformaron en costumbre internacional e incluso en norma imperativa o de ius cogens.

La Declaración Universal sigue siendo la hoja de ruta de la humanidad de cara a los nuevos desafíos. Si uno observa los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), prácticamente todos guardan relación, directa o indirectamente con ella. Y es que la Declaración recogió por primera vez con alcance universal un concepto esencial, amplio y flexible, que es el fundamento y finalidad de todos los derechos humanos, el concepto de dignidad de la persona humana. Todos los seres humanos comparten la misma dignidad, todos, hombres y mujeres, ricos y pobres, civiles y uniformados, nacionales y extranjeros, personas con discapacidad, con una identidad u orientación sexual diferente, niñas y niños, adultos, ancianas y ancianos, en fin, todos y cada uno de los seres humanos que habitamos el planeta.

Hoy vivimos tiempos de pandemia, en el que la humanidad se ha retratado tal cual es frente a esta emergencia global. Desunión, negacionismo, regreso del racismo, indiferencia frente a la inmigración, especulación y lucro con el material sanitario, pero también la solidaridad, respeto a las normas que restringen nuestra libertad en beneficio de todos y en especial de los más vulnerables al virus y sobre todo el esfuerzo diario de miles de trabajadores sanitarios que sólo quieren contar con el material adecuado para poder hacer bien su trabajo y percibir un salario digno.

Este año, la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, ha señalado con contundencia:

Las vacunas por sí solas no pueden curar el daño que ha causado la pandemia” […] “Pero hay una vacuna para el hambre, la pobreza, la desigualdad y posiblemente – si se toma en serio – para el cambio climático, así como para muchos de los otros males que enfrenta la humanidad. Es una vacuna que desarrollamos a raíz de anteriores crisis mundiales masivas, incluidas las pandemias, las crisis financieras y las dos guerras mundiales. El nombre de esa vacuna es ‘derechos humanos’”.[1]

Desde FIBGAR trabajamos día a día por los Derechos Humanos, por los desafíos de hoy, pero también por los de siempre. Por la memoria histórica en España, por la Jurisdicción Universal, la tipificación del ecocidio a nivel internacional, la prevención de la corrupción (que más tarde o más temprano acarrea la violación de derechos y libertades) y por la educación en Derechos Humanos, probablemente la mejor forma de prevención hacia el futuro.

La Declaración Universal, setenta y dos años después, está vigente y sigue siendo más necesaria que nunca, pues sigue siendo el texto que hace 72 años atrás la humanidad entera se fijó como su hoja de ruta.

Rodrigo Lledó. Director de FIBGAR

El artículo completo aquí: https://news.un.org/es/story/2020/12/1485292