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La libertad religiosa y de creencias: una tarea pendiente a nivel internacional

La Constitución Española establece en su artículo 14 la igualdad entre españoles, independientemente de su religión u opinión, entre otras condiciones o circunstancias. Más concretamente, en su artículo 16, la Constitución protege la libertad ideológica, religiosa y de culto con una única limitación: el mantenimiento del orden público. También establece que nadie debe ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.

Estos preceptos siguen la estela del artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, según el cual toda persona tiene el derecho inalienable a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, incluyendo la libertad de cambiar de religión o de creencia, y la libertad de manifestarla, individual y colectivamente, en público y en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia.

Hoy, 22 de agosto, se celebra precisamente el Día de Conmemoración de las Víctimas de Actos de Violencia basados en la Religión o las Creencias, para honrar la memoria de quienes han fallecido o sufrido ataques, amenazas o persecución por ejercer esta libertad religiosa, así como para condenar cualquier tipo de violencia contra creencias religiosas.

A lo largo de la historia, las guerras religiosas, también llamadas guerras santas, se han ido sucediendo, midiendo fuerzas entre los diferentes dogmas, imponiendo nuevos sistemas de pensamiento y, en muchas ocasiones, subyugando a los creyentes de otras religiones.

Desde la conquista musulmana de Hispania, la consecutiva Reconquista cristiana y los esfuerzos de los caballeros templarios, o las Guerras de Religión francesas entre 1562 y 1598 entre católicos y hugonotes, pasando por la represión de las comunidades indígenas por sus particulares creencias y prácticas religiosas y espirituales, se ha intentado defender la existencia de un único Dios y reprimir todo aquello que se saliera de la doctrina en cuestión.

En la actualidad, nos enfrentamos al terrorismo del Estado Islámico, cuya represión se ha podido observar de manera incuestionable en la Guerra Civil Siria, en un intento por instaurar el califato. La represión en Irán desde la Revolución Islámica de 1979, inspirada en la doctrina chií, o la persecución de la minoría musulmana Rohinyá por parte del estado de Myanmar, de población mayoritariamente budista, son otros ejemplos de limitación de la libertad religiosa.

Las constantes e históricas tensiones entre el pueblo palestino, en su gran mayoría musulmán, y el Estado de Israel, principalmente judío, muestra el enfrentamiento entre modelos religiosos y la opresión de las poblaciones contrarias. La relación de China con la población tibetana, de mayoría budista, se suma también a esta larga lista.

De esta manera, la libertad religiosa no se encuentra plenamente ejercida por igual en todo el mundo. El aumento del antisemitismo a nivel global, particularmente en Europa y en América del Norte, supone una creciente amenaza para la comunidad judía, a la par que los delitos de odio contra sus fieles aumentan a lo largo del globo. También se sufre violencia en la comunidad sij, persecución de musulmanes en la India o de cristianos en numerosas zonas de Asia y África, ya sea en sus lugares de culto, o en entornos públicos o privados.

Frente a los constantes ataques dogmáticos, el diálogo interreligioso se convierte en una herramienta esencial para la reconciliación entre poblaciones y comunidades, así como el enriquecimiento de los pueblos y los individuos. El intercambio de ideas y creencias y el fomento de la tolerancia y la convivencia pacífica deben ser los motores de las sociedades para hacer frente al incremento de delitos de odio por motivos religiosos, a los extremismos religiosos y, a fin de cuentas, a cualquier tipo de persecución y discriminación por motivos religiosos o de creencias. Como diría el actual Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, “la diversidad es fuente de riqueza y de fuerza; nunca es una amenaza”. Esta jornada, sin duda, debe servir como punto de partida para que ese mensaje cale en la sociedad española, pero también en la europea y la internacional, con el objetivo de no tener que conmemorar cada vez más víctimas de la barbarie dogmática y extremista, sino de celebrar la riqueza intercultural y la diversidad religiosa.

Cristina Molina Campos, colaboradora FIBGAR.