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La tortura es para siempre

Práxedes Saavedra Rionda. Abogado. FIBGAR

A los efectos de la presente Convención, se entenderá por el término «tortura» todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier discriminación […]

Así comienza el articulado de la Convención contra la Tortura y otros Tratos y Penas Crueles, Inhumanas o Degradantes de 1987. Y es que la imaginación humana, la misma que nos llevó a la luna, demuestra todavía que es capaz de llevar también a los infiernos por muchos y muy distintos caminos: atado a cuatro caballos, dentro de un toro de bronce o incluso en artesa. O así narraba Plutarco en sus Vidas Paralelas que Artajerjes había acabado con la vida de Mitridates tras diecisiete días de sufrimiento.

Pero el 26 de junio no es el día internacional de la imaginación abusada, ni siquiera el día internacional contra la tortura. No, hoy es el Día Internacional en Apoyo de las Víctimas de la Tortura. Y el matiz no es baladí: lo central en la tortura no es el sufrimiento o dolor grave, físico o mental, que son producidos. Lo central es cómo dichos dolores o sufrimientos recaen sobre seres humanos, sobre personas. Lo importante no es el absoluto desprecio por la dignidad humana, por el prójimo, de los torturadores. Lo importante es cómo dicha dignidad se intenta arrebatar a las víctimas.

Ser torturado es la certeza de sufrir y la incerteza de saber hasta cuándo y si la muerte devendrá pronto, porque la muerte parece la única salida cercana. Me despertaron al alba, con los grilletes ya enfundados, y caminé los 100 metros que separaba mi estancia del patio al son de los rezos de lo que parecía un sacerdote. Ya en el patio se me preguntó cuál era mi último deseo – volver a ver a mi familia una última vez – eso no va a ser, ¿otra cosa? – morir sin ser vendado – si quieres que seamos lo último que veas, que así sea. De frente a 10 soldados, en sus manos 10 fusiles que con sus bocas me saludaban – ¡apunten! ¡fuego! Cuando el ruido de los disparos se acalló, volví a recorrer los 100 metros de vuelta a mi cubículo, esta vez flanqueado por la sonrisa burlona de aquellos que disparaban sin municiónY es que a veces esa salida que incluso se llega a desear no llega. Al final del día la tortura es saber sin saber.

Pero las torturas siempre terminan. A veces con el fallecimiento biológico, a veces con la muerte de parte de nuestra humanidad. Los que sobreviven quedan atados a su memoria, al recuerdo de la certeza incierta. Obligados a reaccionar ante los más mínimos estímulos con un regreso a aquel momento.

Aunque las torturas nunca terminan. Los que sobreviven a la acción de su torturador comienzan la lucha por la recuperación, por la restitución. Que no es solo individual, sino también social. La lucha por sentir que aquella dignidad que se les intentó arrebatar sigue dentro de ellos y ellas.

El 26 de junio es el día en que recordamos que dicha lucha pertenece no solo a las víctimas de la tortura, sino a toda la sociedad. Que en nuestras manos está también participar en su restitución. Y como parte de la comunidad, a nosotros compete recuperar la historia y presentarla como es de justicia, sin medias tintas, situando a cada actor en su papel. A fin de cuentas, el apoyo a las víctimas de tortura es también un ejercicio de Memoria.