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Refugiado podrías ser tú

Práxedes Saavedra Rionda. Abogado. FIBGAR

El 20 de junio se celebra el Día Mundial del Refugiado. Las distintas normas de la materia, ya sea la Convención de 1951 o la ley española de asilo, dibujan al refugiado como una persona con temores fundados a ser perseguida por motivos de nacimiento, raza, religión, género, opinión política o pertenencia a un grupo social determinado. Esta definición se puede simplificar y hacer más aprehensible: ser refugiado es la desgracia de ser lo que se es en un lugar en el que no se debe ser, lo cual conlleva un riesgo cierto de poder dejar de ser más pronto que tarde.

Refugiada podría ser Mercy, de Nigeria, a la que un «hombre blanco» se le acercó en la calle para ofrecerle un viaje a Europa cubriendo todos los gastos. Tras un par de rituales que aquí parecen inocua «magia», pero que para Mercy implican un temor reverencial. De ahí a un avión y otro, y quizá un tercero, para llegar a Madrid. A cada paso, un «hombre blanco» que le recuerda lo bien que está su familia en casa. Está en una red de trata.

Refugiado podría ser Francisco, de Honduras. Policía en San Pedro Sula, detuvo un día a un adolescente en pleno robo. La temperatura era baja, por lo que todos iban con chaqueta, lo que le impidió ver los tatuajes de la Salvatrucha en el cuerpo del menor. Su vida ya no vale nada, ni la de María, su esposa, Dieguito, su hijo, ni la de cualquier otro que pueda compartir un espacio físico con él.

Y refugiado podría ser también Zinar, kurdo yazidí. Desconoce que vive en lo que nosotros conocemos como Siria. Su referencia es su pueblo y sus vecinos, ni siquiera el Kurdistán. Su vida era la vida tranquila, del campo de lentos tiempos, ya retirado con sus 60 años de cualquier otra preocupación más allá del amanecer tras la noche… Hasta que llegó Daesh y Zinar se convirtió en «un adorador del diablo» y su vida, objeto de persecución.

Podrían ser refugiados, pero muchos de ellos no lo serán. Probablemente Mercy tema hablar de cómo llego a España y cuente una historia de un «hombre bueno y blanco» que se ofreció a ser su salvador. Su silencio se entenderá como desinterés por colaborar con las autoridades y será devuelta a Nigeria, a las manos de otro «blanco bueno». Francisco, por su parte, también volverá a Honduras, a morir, porque, al fin y al cabo, las maras no son más que delincuencia ordinaria, por mucho que el país centroamericano se encuentre en el top-5 de homicidios por habitante. Nadie se creerá que Zinar es kurdo yazidí pero, por si acaso, se le hará un examen que suspenderá por desconocer el trato administrativo que Siria da a los yazidíes o cómo se llama el río más largo de España, perdón, el lago más grande cercano a Homs.

Y por ello, porque nosotros, que no somos perseguidos, también tenemos obligaciones para quienes lo son, recordamos el 20 de junio de cada año la lucha por la supervivencia de los refugiados. Pero no desde la perspectiva contemplativa, del observador pasivo que desearía que algo se pudiera hacer, sino desde la responsabilidad para la acción de los que aquí podemos hacer algo. Podemos hacer nuestra la solidaridad de verdad, aquella que se informa y conoce las causas profundas de las problemáticas complejas y entiende la posible corresponsabilidad personal, o de sus empresas o su gobierno. No la solidaridad ciega y, las veces, anestesiada, que salva su alma con una lágrima y un buen deseo.

El 20 de junio es el día internacional del refugiado. Es el día de Mercy, de Francisco, de Zinar y de tantos otros que son como nosotros, pero que lo son en un lugar equivocado. El día de recordar que, mientras trabajamos para que dichos lugares dejen de ser equivocados, ellos puedan ser en otro lugar. El 20 de junio es el día en que recordamos que, aquellos que vemos como los otros son, en realidad, parte de nosotros. Porque refugiado podría ser yo, podrías ser tú.