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Relato II. En nuestro propio nombre: Tenéis voz

LAS CONDICIONES EN LAS CÁRCELES

De Ricard Vinyes:
«La falta de agua era total, como en toda la prisión. Los niños en su mayoría sufrían disentería, aparte de los piojos y la sarna. El olor de aquella galería era insoportable: a las ropas estaban adheridas las materias fecales y los vómitos de los niños, ya que se secaban una y otra vez sin poderlas lavar. En aquellos momentos se había declarado una epidemia de tiña, y ninguna madre, a pesar de la falta de medios para cuidarlos, quería desprenderse de sus hijos para llevarlos a una sala llamada “enfermería de niños”. Esta sala era tan trágica que los pequeños que pasaban a ella morían sin remedio, se les tiraba en jergones de crin en el suelo y se les dejaba morir sin ninguna asistencia. El problema era cómo ayudarlos; ellos no estaban condenados a muerte de forma oficial, había que intentar rescatar algunas de esas vidas y eso lo podían intentar ellas, las presas».

Por este motivo solicitaron a la dirección que les permitiera hacerse cargo de la enfermería. C.C. accedió de nuevo y comenzó una inaudita organización: «Se trataba de ayudar de forma colectiva para aminorar la mortandad de los niños. Cada reclusa debía dar un trozo de su ya escaso pan, dos dedos de agua del bote que le daban por la mañana y la mitad del jabón que recibiera de las familias; las compañeras de cocina se comprometieron a robar todo lo que pudiesen, e igualmente las compañeras que ayudaban a meter los cántaros de leche a la prisión y que nadie conocía su destino. Se creó un comité en cada departamento para organizar la ayuda».

Algunos niños sobrevivieron, y sin duda contribuyó a ello el esfuerzo y capacidad organizativa mínima de las encarceladas. Pero en general siguieron hacinados, enfermando y muriendo. No es extraño que en esa situación las declaraciones de A.T. sobre la creación inmediata de un centro penitenciario específico para lactantes generase algo de esperanza entre las presas, aunque al parecer una información añadida provocó nueva inquietud: el nombramiento de la funcionaria M.T. como directora de esa nueva prisión para lactantes. «Siempre habíamos desconfiado de la T., siempre había sido malísima y, claro, como mandaban a la T. a una cárcel de madres con niños… nos quedó un resquemor».

Efectivamente, la Prisión de Lactantes fue dirigida por una auténtica leyenda del universo penitenciario femenino, M.T.F. Aquella funcionaria de prisiones procedía de la pequeña aristocracia y pertenecía a la sociedad de un lujoso barrio madrileño, donde residía. También estaba relacionada con los círculos de poder, ingresó en el Cuerpo de Prisiones, con rango de oficial, en 1940. M.T. instituyó en aquella cárcel para lactantes métodos coincidentes con el discurso segregacionista del siquiatra V.N., concretado en aquella eugenesia positiva destinada a los hijos de las presas.

Las presas que pasaron por la maternal de San Isidro no sabían nada del siquiatra V.N., de eugenesia positiva ni de terapias sociales. Sólo conocían la verdad de los hechos que sobre ellas se desplomaban en forma de separación, desesperación, ultraje y muerte sobre sus hijos lactantes y sobre ellas mismas. «Empezaron a llegar noticias de cómo estaban los niños, y de que a las madres no las dejaban acercarse a sus hijos». Aquella noticia de la realidad se esparció rápidamente por la geografía penitenciaria femenina a través de los medios habituales: las comunicaciones, mensajes y noticias intercambiados en las salas de espera de los juzgados donde se reunían cientos de presos y presas de procedencias carcelarias diversas (estableciendo una operativa red de comunicación verbal o con notas escritas). En pocos meses las presas embarazadas de Las Ventas dejaron de estar «encantadas» con la posibilidad de ser trasladadas a una cárcel específica de madres. Al contrario, a partir de entonces procuraron disimular su embarazo tanto tiempo como fuera posible. «No dije nada porque si sabían que estabas embarazada te llevaban a la maternal. Yo no dije nada. Me callé. Y allí estuve pues casi hasta dar a luz… hasta que unos días antes de dar a luz no lo podía negar, no lo podía ocultar, aunque me escondía detrás de todas. Y me llevaron a la maternal»

El traslado a la cárcel maternal fue percibido como un correctivo severísimo por las mujeres de Las Ventas: en una ocasión P.A. bajó al rastrillo para saludar a una amiga, «pero me pescó sor J. y al día siguiente me llevó castigada a la cárcel de madres… En Las Ventas habíamos pasado mucho, pero la maternal fue tremenda. La vida era un infierno».

Presas e hijos dormían en estancias separadas. Se levantaban a las siete «para cantar el Credo y pasaba el río tan cerca que cogían bronquitis y se morían muchísimos».

Durante el día ni siquiera podía seguirse la lactancia, pues la permanencia autorizada con el hijo tenía la duración aproximada de una hora. Precisamente esa hora de contacto fue un recurso habitual de castigo: cualquiera, por cualquier cosa, podía ser privada de ella. Las mujeres limpiaban y los críos «pasaban el día en el patio hiciese frío o calor, […] lloviese o nevase. Quedaban separados todas las mañanas de las madres y en unas cunitas los tenían en el jardín. Sin alimentos y sin nada se morían de diarreas, estaban todos llenos de granos, llenos de miseria, era una cosa espantosa». La prohibición de tratar con los niños fue estricta: «Ni que llorasen, no los podías coger. Veías a la madre, la tenían encerrada en el dormitorio para que no cogiese el niño, y ahí veías a la madre en la ventana llorando, el niño en el cuco llorando». Cualquier acercamiento a las cunas o contacto con los niños significaba un encierro en jaula, con castigo de agua. «Carmen estaba con una niña de cinco meses en Madres […]. Tenía a su niña con mucha fiebre. Le dijeron que había una persona para cuidarla, pero ella respondió que lo sentía mucho pero que ella no se iba mientras su hija estuviera tan grave. Vinieron unas cuantas comunes —que estaban al servicio de la T., que era la directora de allí— y quisieron llevarse a Carmen por la fuerza. Carmen se puso de horcajadas en la cuna de su niña, y allí había cuatro mujeres pegándole, tirándola del pelo, y no la movieron. Ella pegó, mordió, porque era campesina y tenía mucha fuerza, y no se la llevaron. Como allí no había celdas de castigo, la metieron en una jaula y enchufaron unas mangueras fuertes, hasta que la mujer se desmayó. Esto se lo hicieron varias veces a Carmen».

Murieron muchos. Cuando M.V. ingresó en aquel presidio encontró a sus antiguas compañeras, «pero todas eran madres sin hijos, se habían muerto allí. Cogían bronquitis y morían muchísimos. Les daban de comer como un alpiste, con unos bichos tremendos. Nosotras, que éramos mayores no lo podíamos comer; los niños, cuando les ponían aquello, se ponían a gritar y no lo querían. Y entonces ponían un hornillo encendido, los cogían así, cruzados los brazos y con el culito cerca de la lumbre; los niños daban unos gritos horrorosos […]. Comían en el comedor con nosotras, y como la comida era asquerosa, cuando a esos chiquillos les daba asco comer, la devolvían, y M.T. se la volvía a hacer comer».

En 1947 había 229 mujeres en aquel centro especial, según informe de las presas elaborado desde el interior de la cárcel. Las presas percibieron que la separación formaba parte no sólo de una disciplina sino de un propósito, y que al pasar de Las Ventas o cualquier otro presidio a la maternal, no podían hacer ya nada, absolutamente nada. «Cuando T. se llevaba a los niños era para eso, para que los niños se alejaran de las madres, porque en la cárcel estaban con las madres, con un trozo de pan o no, pero estaban en los brazos de las madres. Pero cuando se las llevaban a Lactantes ya no tenían las madres a los hijos, se los dejaban ver un ratito, y ya se los quitaban. Querían hacer una educación con los niños y querían hacer una educación contraria a la de la madre».

MADRES DESAPARECIDAS, MUJERES OLVIDADAS.
“Contando la verdad silenciada.”
1 de noviembre del año 2020