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Relato VII. En nuestro propio nombre: Los preventorios antituberculosos, los psiquiátricos…

Es cierto que para fundar una historia nos vemos necesitados de otras personas que aporten no sólo palabras a lo vivido, sino también actos y situaciones que modifiquen o alteren en cualquier dirección nuestros propios actos y sentimientos.

La madre le cuenta su propia historia a su hijo; es la trasmisora de todo lo recibido y vivido por su propia gente, su familia, es así como el hijo se irá formando a través de la herencia emocional recibida. (Fuente: Alma Mitera).

LOS PREVENTORIOS ANTITUBERCULOSOS
A partir de 1940, el Servicio de Colonias Preventoriales, dependiente del Patronato Antituberculoso, comienza a organizar estancias de tres meses para niños y niñas de 7 a 12 años en algunos centros de toda la geografía estatal. Formaba parte del plan de lucha contra la tuberculosis, pero la realidad es que los preventorios terminaron siendo centros de adoctrinamiento y un amparo para familias sin recursos, que veían en aquellos centros la única manera de garantizar un plato en la mesa para sus hijos […]. Los testimonios relatan que en estos centros los maltratos físicos, psíquicos y los abusos sexuales eran habituales.

Hay denuncias de cientos de personas de centros diferentes, que no se conocen entre sí, y que hablan de un régimen de terror. Algunos de estos relatos son recogidos en la obra Los internados del miedo. Es el caso de M.L., que denunció que la ataron a un árbol y le obligaban a dar vueltas como si fuera un perro. Las gemelas P. y M.A.V. y los diez segundos contados que tenían para hacer sus necesidades. M.J.C., que recuerda el horror de las duchas frías y cómo a una niña que no se lavaba bien la pusieron en una bañera con agua helada hasta que la sacaron azul.

LOS PSIQUIÁTRICOS
La crueldad a la que fueron sometidos miles de niños y niñas en estos supuestos centros de protección al menor tiene un paso más: los psiquiátricos. A estos centros se enviaba a los menores que no se sometían a la disciplina y a la moral que desde la dictadura se quería imponer. Poco después del final de la Guerra Civil, el Grupo Benéfico, un centro dependiente de Protección de Menores, ya empieza a realizar dos fichas para cada menor: la de antecedentes, en la que se estudia el entorno familiar de la criatura, y la médico-antropométrica, que elaboraba un médico después de realizar unos exámenes mentales de dudoso rigor científico. Según los resultados de estos exámenes, las autoridades […] decidían a qué centro enviar a cada pequeño.

Una actitud prolongada de rebeldía podía significar el ingreso en un hospital psiquiátrico durante años. Cuando las instituciones no podían doblegar a una de las criaturas, la solución era hacer desaparecer el problema y esconderlo en estas instituciones, donde si no se estaba loco, había muchas posibilidades de perder el juicio. Allí se utilizaban técnicas psiquiátricas del momento como herramienta de represión: electrochoques, camisas de fuerza, aislamiento, calmantes…

En el libro cuentan la historia de J. y Q., dos niñas que sobrevivieron a nueve y quince años de internamiento en el psiquiátrico de Sant Boi, respectivamente. Otras muchas no lograron salir nunca. Las dos mujeres relatan con pelos y señales las descargas eléctricas que sufrían como castigo por desobedecer órdenes de las monjas o por contestar de manera incorrecta; los castigos en celdas de aislamiento con camisas de fuerza; o las inyecciones de trementina (aguarrás) que provocaban fiebre, fuertes dolores e inflamación. Además de todas las tareas que tenían que realizar (plancha, limpieza, costura…) durante horas y horas sin más remuneración que malas comidas y malos tratos.

El Patronato de Protección de la Mujer

El decreto fundacional del Patronato de Protección de la Mujer […] hacía referencia a las «ruinas morales y materiales producidas por el laicismo republicano, primero, y el desenfreno y la destrucción marxista, después», seguido de unas medidas encaminadas a «la dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica». Se trataba de un verdadero plan de choque que privaría de libertad a miles de mujeres durante años. De hecho, se extendió hasta 1983 como un brazo controlador de la moral que se pretendía para las mujeres.

Muchas chicas acabaron en el Patronato tras haber pasado ya años de su vida encerradas en centros dependientes del Tutelar de Menores. A partir de los 15 años pasaban al Patronato, que podía tener la tutela de las chicas hasta los 21, extensibles a los 25 (Según establece el Código Civil, la mayoría de edad en España bajó de los 21 a los 18 años desde el 17 de noviembre de 19782 . Sin embargo, en los centros señalados, el Estado permitió que se aplicara una mayoría de edad hasta los 25 años, vulnerando manifiestamente el derecho adquirido por el resto de la población y obligando a estas mujeres al sometimiento hasta los 25 años, sin más derechos que los que establecía el propio centro que las tutelaba).

El objetivo era velar «por la mujer caída o en riesgo de caer». Los motivos por los que una chica podía acabar en el Patronato iban desde haber vivido una sexualidad más libre, tener ideas políticas, ser víctima de una violación, ser madre soltera, etc. La llegada de la democracia no supondrá ningún cambio para estas chicas presas en vida, al menos durante la primera década del nuevo período político. En Los internados del miedo se recopilan varios casos que muestran a la perfección los abusos de una institución estatal que nunca tuvo que dar explicaciones, ni ayer, ni hoy, ni en dictadura ni en democracia.
Es el caso de I.T., que de niña pasó por el preventorio de Guadarrama, y de mayor fue enviada a Peñagrande, el nombre coloquial con que las internas conocían la Maternidad de la Almudena, ubicada en este barrio de Madrid, y que era regentado por una congregación religiosa. I.T. se había quedado embarazada del que había sido su novio durante dos años y que tras conocer la noticia del embarazo no volvió a dar noticias.

«Yo estaba tan acostumbrada a pasar desapercibida que hacía todo lo que me ordenaban: fregar el suelo de rodillas, cocinar… El trato era muy vejatorio, a la mínima te trataban de puta. Allí eras un cero, una persona que había caído en la desgracia de ser soltera y haberse quedado embarazada», relata I.T. […] Aunque el centro cobraba una cantidad del Estado para la manutención de las mujeres embarazadas, las religiosas de la congregación las hacían trabajar hasta el mismo día del parto.

En el centro de Peñagrande había talleres de confección donde las residentes cosían horas para El C.I.: «Unas hacían trabajos manuales, otras cosían para El C.I.», dice I.T., que cuando le preguntan que cómo sabía que era para el C.I. replica: «¡Por las etiquetas! La ropa llevaba una etiqueta, al igual que hoy en día, y ponía El C.I. De hecho, era una de las empresas que más trabajo nos pedían».

Esto nos da una idea de cómo la represión, aunque se aplicaba por igual a hombres y a mujeres, no tenía el mismo resultado: los hombres podían realizar trabajos para redención de penas –no cobraban, pero al menos les rebajaba la pena de prisión trabajar en carreteras, presas u otras obras– mientras que las mujeres realizaban tareas duras y repetitivas, tanto en cárceles como en internados, sin recibir compensación económica o de otro tipo. Su condición de mujer, su género, hacía que el maltrato y la vulneración de sus derechos como seres humanos las mantuviera por debajo y esto llegó hasta entrada la democracia y durante la misma.

21 de noviembre del año 2020