Rocío, que murió sin dejar de buscar a su madre
Baltasar Garzón Real. Juez. Presidente de FIBGAR
Madrid, 7 de junio de 2017. Rocío Borrego Corbacho tenía cinco años cuando mataron a su madre. Había nacido en 1931 en Jauja, aldea de Lucena, en la provincia de Córdoba. El golpe encabezado por Franco acabó con su familia y con su infancia hasta entonces iluminada por Ana Ricardo Corbacho que tenía una tiendecita y enseñaba a leer y a escribir a los jornaleros mientras trabajaba por abrir una escuela pública. Fue en 1936, hace ahora 81 años. Rocío se quedó con el dolor de la orfandad, con el estigma de los represaliados y con una inquietud que fue creciendo con ella: encontrar los restos de su madre.
Una desazón que la acompañó hasta la hora de su muerte sucedida este viernes 2 de junio pasado. Rocío fue una de las impulsoras de aquel proceso del juzgado 5 de instrucción de la Audiencia Nacional que se denominó de los crímenes del franquismo. Su tesón me impresionó, su historia me encogió el corazón y fue ella una de las causantes de que lleváramos adelante aquella investigación a la que se fueron sumando miles de familias que como Rocío, pedían tan solo recuperar a sus seres queridos asesinados y perdidos. Eso mismo solicitaba Francisco Merino que murió este 14 de mayo, sin conseguir dar un entierro digno a su padre fusilado, abandonado en una fosa común del cementerio de Castro del Río.
Tanta suciedad, tanta insensibilidad y tantos individuos que prefieren el olvido y la impunidad a reconocer siquiera un pequeño trozo de verdad me parten el corazón. ¿Cómo es posible que Rocío Borrego haya fallecido sin haber podido averiguar dónde están los restos de su madre? ¿Y Ana Ricarda? ¿Qué mal hizo aquella educadora más allá de tratar de cumplir con su tarea de enseñar en tiempos muy difíciles para la mujer, una labor que pudo llevar a cabo gracias a las leyes republicanas. Lo pagó con su vida, asesinada y desaparecida hasta el día de hoy. ¿Cómo un Estado se puede llamar democrático, cuando gran parte de su población y especialmente sus representantes políticos conservadores y el Gobierno que los representa, son ajenos a este dolor que revictimiza al minimizar los crímenes de lesa humanidad del franquismo? ¿Qué nos está pasando cuando “disculpamos” y «comprendemos» las barbaridades de un periodo como el de la dictadura.
¿Hasta dónde llegaremos mintiéndonos a nosotros mismos? El grosor de la epidermis va aumentando, en función de las altas dosis de indiferencia hacia aquel horror criminal que promueven quienes lo encubren. ¿Cómo pueden llamarse cristianos cuando no atienden las reglas mínimas de la doctrina y de los principios que dicen seguir? ¿Qué educación transmiten a sus hijos y estos a sus descendientes? ¿Qué pueblo tendremos en el futuro cuando los cimientos de este en el que habitamos están moldeados con el barro de la impunidad?
La ausencia de respuestas a tantos interrogantes destaca como un grito en el silencio, el mismo silencio en el que los cómplices de hoy de los crímenes de ayer, quieren mantener a esas víctimas. Temen porque saben que el delito nunca prescribirá. Como tampoco terminará mi indignación ni dejaré de poner voz a esta injusticia.
Deseo que allá donde estés tu mamá te acune, pequeña Rocío.