Un futuro seguro y digno para todos lo refugiados
Como indica el art. 1 de la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, refugiado es “toda persona que debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que careciendo de nacionalidad y hallándose fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él”.
Actualmente, alrededor de 79 millones de personas, mujeres, hombres, niñas y niños, en el mundo buscan refugio y forjar una vida huyendo de la persecución y los conflictos armados. Siria (6,6 millones), Venezuela (3,6 millones), Afganistán (2,7 millones), Sudan del Sur (2,2 millones), Myanmar (1,1 millones), República Democrática del Congo (880.000) representan escenarios de flagrantes violaciones de derechos fundamentales. A todos ellos debemos sumar además a los que aún no son reconocidos como refugiados pero que huyen de la pobreza y el cambio climático.
Sin embargo, es muy difícil que consigan llegar a zonas en las que se pueda garantizar su protección, donde puedan acceder a una vida “normalizada”, a un país donde se sientan incluidos, donde tengan acceso a servicios de salud, donde puedan acceder en igualdad de condiciones, con los mismos derechos y obligaciones, al sistema educativo.
Entre ellos no debemos olvidar a los refugiados climáticos. En el año 2020 hubo casi 31 millones de desplazamientos debido a trastornos ambientales: inundaciones, sequías, degradación de la naturaleza, entre otros. En la actualidad estas cifras triplican los desplazamientos producidos por conflictos bélicos o violencia.
La comunidad internacional debe dirigir la atención hacia estas situaciones en las que se ven vulnerados sistemáticamente los derechos humanos de los que sufren más directamente los efectos del cambio climático y que, sin embargo, sigue siendo una realidad silenciosa.
Las consecuencias del cambio climático van a ser devastadoras en un corto espacio de tiempo. Debido al impacto humano en el medioambiente (desforestación, degradación del suelo, pérdida de diversidad biológica, contaminación, entre otras muchas), algunas zonas del planeta están convirtiéndose en lugares inhabitables. Un ejemplo lo vemos en Asia meridional y oriental, consideradas áreas muy vulnerables debido, concretamente, a las predicciones de elevación del nivel del mar y a la alta densidad poblacional en zonas bajas. Igualmente, en la zona del Delta del Nilo y costa occidental de África subsahariana, cambios en las lluvias tendrán efecto en las carencias de los cultivos. Esto son algunos ejemplos del tsunami silencioso producido por el cambio climático y que producirá un alto coste social, económico y humano, si no lo evitamos.
Tal como se aprobó en el Pacto Mundial de Refugiados (2018), se hace aun más necesario reducir la presión sobre los principales países de acogida, fortalecer la resiliencia de las personas refugiadas, incrementar soluciones duraderas y contribuir a que los países de origen puedan ofrecer condiciones para un retorno seguro y digno.
Por todo ello, aunemos nuestras voces para remarcar sus derechos, sus necesidades, sus anhelos, sus deseos, sus proyectos. Recordemos la tan ansiada inclusión, la defensa de sus derechos, la necesidad de estar en la sociedad, pero también de participar, de perseguir sus sueños, de tener expectativas de futuro para sus familias, de confiar en alcanzar una vida mejor.
Teresa Bueso. Colaboradora, FIBGAR.