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Un mundo de desigualdades: De la prosperidad a la marginación

La comodidad tiene una particularidad: quien está inmerso en ella puede tener dificultades para observar a quienes se encuentran fuera. O, en otras palabras, aquel que disfruta del bienestar y de la prosperidad puede caer en la trampa de creer que todos están en su situación.

Sin embargo, Naciones Unidas nos recuerda que actualmente las personas con discapacidad siguen enfrentándose a numerosos obstáculos estructurales, así como a gastos de salud catastróficos. Los niños y niñas de los países más pobres tienen el triple de posibilidades de morir antes de los cinco años en comparación con quienes vivimos en países desarrollados. Y dar a luz en el Sur global rural puede suponer la muerte hasta tres veces más que en los núcleos urbanos.

Por estas razones y por otras tantas, el Objetivo de Desarrollo Sostenible 10 se centra en reducir las desigualdades y garantizar que nadie se quede atrás, tanto dentro del propio Estado como entre los diferentes países. Y precisamente no dejar a nadie atrás es el mantra que guía toda la Agenda 2030.

Sin embargo, el último Informe Social Mundial 2020 ya avisaba de que más de dos tercios de la población vive en países cuya desigualdad ha aumentado. Entre los factores determinantes de este crecimiento se encuentra el cambio climático, que afecta de manera especial a las zonas pobres y rurales.

La urbanización, por su parte, pone de relieve enormes diferencias entre clases sociales, aunando en un mismo espacio altos niveles de riqueza y ciudadanos buscando nuevas oportunidades. Los flujos de migración internacional suponen otro foco de origen de desigualdad en aquellos casos en que los migrantes no reciben la atención y la organización adecuadas por parte de los Estados.

Es indiscutible, por tanto, que la economía ejerce un gran peso sobre los índices de desigualdad. En efecto, la posición de muchos países en la escena global y, más particularmente, de sus ciudadanos, depende ampliamente de los ingresos y de su estatus comercial.

Esta vulnerabilidad, marginación y desfavorecimiento de los colectivos fruto de sus ingresos, oportunidades o clase ya ha sido cuestionada por la población, como se vio en las masivas protestas en Chile a finales de 2019, en busca de profundas reformas sociales.

Así, Naciones Unidas indica que la desigualdad se combate con inversiones desde la infancia, con el fortalecimiento de la productividad a través de la fijación de un salario mínimo adecuado, la inversión en protección social o la garantía de la libertad sindical, y con la orientación del gasto público hacia sanidad y educación, junto con una tributación justa.

Pero la economía no es la única causante, sino que la desigualdad también se genera por razón de género, edad, discapacidad, orientación sexual, raza, origen étnico o religión. En este sentido, la voz más ruidosa que perpetúa la desigualdad no es otra que la del racismo, la xenofobia, la homofobia, la transfobia, el machismo, o la intolerancia religiosa.

Se pone de manifiesto a través de legislaciones y políticas discriminatorias, se interioriza en los ciudadanos a través de su normalización, ydebe subsanarse a través de políticas sociales universales e inclusivas.

Y hoy, tras más de un año desde el estado de alarma que paralizó el mundo, no podemos dejar de mencionar los estragos del COVID-19 para nuestras sociedades. Los derechos laborales, el desempleo, el acceso a la sanidad, o la polarización política y social afectan a los países a nivel interno, pero una batalla más amplia se lucha a nivel global, y esa es la de la vacunación igualitaria.

Así, la Cámara de Comercio Internacional publicaba el pasado enero un estudio sobre lo que denomina “nacionalismo de vacunas”, es decir, que los países del Norte global no colaboren en los esfuerzos internacionales para proveer a los países en vías de desarrollo de vacunas contra el COVID-19.

Este nacionalismo supondría no solo pérdidas económicas devastadoras a largo plazo para los primeros, sino también un aumento de las desigualdades entre ambos tipos de economías, dando lugar a una urgencia ética, epidemiológica y económica en la carrera hacia la vacunación igualitaria.  

En conclusión, no dejar a nadie atrás y asegurar un mundo de igualdad y oportunidades debe ser una prioridad internacional, puesto que solo de esa manera se pueden garantizar sociedades justas e inclusivas, donde el bienestar y la prosperidad no sean cosa de unos pocos.

Cristina Molina Campos, colaboradora FIBGAR