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Vivir en Armonía con la Naturaleza

El calentamiento global no es ya una novedad para nadie. Se trata nada más y nada menos que del aumento sostenido de la temperatura de manera exacerbada y, según algunos, de manera exponencial, sobre toda la superficie de la Tierra. Este fenómeno se viene registrando desde principios del siglo pasado, trayendo como consecuencia un cambio en el clima, es decir, un cambio duradero en los ciclos climáticos con los consecuentes efectos negativos en los ecosistemas que, debido a la velocidad de este cambio, no permite la adaptación de las especies animales y vegetales que conforman dicho ecosistema.

Los cambios en la naturaleza suelen ser paulatinos, de cientos y miles de años de evolución y de adaptación a nuevas circunstancias. Un cambio brusco y radical como el que estamos provocando en el planeta, dificulta la adaptación de las especies, incluso de la nuestra. De ahí que, según un estudio de varios científicos de la Universidad de Stanford y de la Universidad Nacional Autónoma de México, estamos a las puertas de la sexta extinción masiva que experimenta el planeta. Según este mismo estudio, el problema no es de una o dos especies exóticas, ya que todos estamos conectados en la biosfera. Los ecosistemas nos obligan a desarrollar una mirada de conjunto, pues ninguna especie vive aislada de las demás, sino que dependen unas de otras. De este modo, la extinción de una especie, dentro de una compleja cadena trófica, afectará a las demás, produciendo lo que se conoce como “efecto cascada”.

Sin perjuicio del valor de los acuerdos sobre cambio climático, como el acuerdo de París sobre reducción de emisiones, la mayoría de expertos sostiene que no será suficiente para evitar que la temperatura media global suba 1,5°, sino que necesitamos medidas mucho más radicales, como las que proponía hace un par de semanas la glacióloga Carmen Domínguez, que ha desarrollado un interesante método para el estudio del cambio climático a través del deshielo de los glaciares. La experta abogaba por una “revolución verde” que contrarrestara a la “revolución industrial” que nos precedió y en la que aún vivimos, pero alertaba que, aunque lo hiciéramos, tenemos “una inercia creada y aunque queramos frenar no va a ser de forma inmediata», pero invitaba a hacerlo cuanto antes, porque «no es lo mismo frenar hoy que el próximo año o dentro de 20», advirtió.

En la actualidad habitamos nuestro planeta unos 7.700 millones de seres humanos, una cifra que no para de aumentar, calculándose que la población mundial se incrementará en 2.000 millones de personas en los próximos 30 años, pasando a unos 9.700 millones en 2050, pudiendo llegar a un pico de cerca de 11.000 millones para 2100.

Tras estas inquietantes cifras se suele afirmar que todos somos responsables de lo que nos ocurre, con lo que finalmente la responsabilidad se diluye y nos podemos sumir en el conformismo o la depresión. Pero si bien en términos retóricos, generales y abstractos, cada uno de los habitantes del planeta puede tener una pequeña cuota de responsabilidad, lo cierto es que los gobernantes y líderes mundiales, los propietarios de las grandes corporaciones, tienen una responsabilidad aún mayor, pues son quienes se resisten a llegar a acuerdos efectivos y a adoptar medidas concretas para poner atajo a un verdadero desastre ecológico inminente, que ya se está produciendo delante de nosotros mismos.

Quienes en estos precisos momentos están reunidos en el Foro de Davos, aunque de manera virtual porque la pandemia también les afecta, son los que tienen más que nadie la posibilidad de acordar un plan de acción urgente para hacer frente a esta verdadera “Emergencia Climática”, que ya ha sido formalmente decretada en España, Francia y otros países, pero sin la adopción e implementación de un Plan acorde a la gravedad de la situación que enfrentamos, mientras el incremento de la temperatura sigue batiendo récords.

Para graficar mejor y hacernos entender las consecuencias a las que nos enfrentamos, un estudio realizado por el Instituto Federal Suizo de Tecnología de Zúrich, señala que en 30 años Madrid podría tener el mismo clima que Marrakech. Aunque sea duro reconocerlo, el momento de la prevención ha pasado, pero estamos todavía a tiempo para la adaptación y la mitigación.

Ante este escenario resulta incomprensible que el Ecocidio siga sin ser reconocido como un crimen internacional. Por ello en FIBGAR venimos trabajando sobre este tema. En 2019 estuvimos en la Asamblea de Estados Parte de la Corte Penal Internacional en La Haya, promoviendo la incorporación del crimen de Ecocidio en el Estatuto de la Corte Penal Internacional y apoyando a los Estados insulares más amenazados, como Vanuatu, que en los próximos años desaparecerán completamente bajo el agua por el incremento del nivel del mar, un proceso que ya ha comenzado y que es visible. En 2020 hemos asistido nuevamente a la Asamblea de Estados Parte, en formato virtual, en particular a dos eventos paralelos sobre Ecocidio. Desde finales del año pasado, además, estamos presente en el Panel de Expertos Independientes para la Definición Jurídica del Ecocidio, organizado por Stop Ecocide Foundation en respuesta a una petición de parlamentarios suecos sobre una definición jurídicamente consistente de «ecocidio».

La pandemia no es casual, es un síntoma más dentro de la enfermedad que padecemos a nivel global, y no revertiremos esta situación hasta que no seamos los protagonistas de un cambio cultural, donde dejemos de ver a la naturaleza como un “recurso natural”, a las personas como “recursos humanos”, donde entendamos que es imposible un crecimiento económico infinito en un planeta con límites cada vez más estrechos para la subsistencia de nuestra especie, donde entendamos que la naturaleza no nos necesita sino que nosotros necesitamos de ella y que la tierra no nos pertenece sino que nosotros pertenecemos a ella. Hoy 28 de enero, Día Mundial de la Acción frente al Calentamiento Terrestre, es un buen momento para recordar que la mejor solución a este problema es que aprendamos a vivir en armonía con la naturaleza.

Rodrigo Lledó, director. Isabela López, colaboradora. FIBGAR.