El Daesh y el califato universal
Baltasar Garzón. Jurista y Presidente de FIBGAR.
Madrid, 6 de diciembre de 2015. En estos días todos, absolutamente todos, estamos traumatizados por los acontecimientos del viernes trece de noviembre en Paris. Todos hemos emitido opinión sobre la respuesta que los países democráticos deben dar al Daesh (Estado Islamico). La guerra, de nuevo la guerra, es la palabra clave que ronda en todas las conversaciones en los espacios oficiales, políticos y de opinión. No obstante, frente a la decisión belicista de la mayoría en Francia, Alemania, Gran Bretaña, Estados Unidos, en España, se descubren otros planteamientos que, sin duda, tienen un componente electoral. Los políticos temen la reacción de la ciudadanía frente a una acción bélica como la que tuvo lugar en 2003 en Irak y a su reflejo en las urnas. Estamos, por otra parte, los que creemos que una confrontación armada contra Daesh no conduce más que a la legitimación del mismo como contendiente y actor en el conflicto armado.
La primera cuestión, escenifica la falta de valor de quienes tienen que tomar decisiones. Que exista una cita electoral no debería ser obstáculo para decidir qué hacer frente a una situación de crisis mundial. No soy partidario de la guerra pero, sin duda, resulta sorprendente que el Gobierno español, y, especialmente su presidente, se escude para no resolver, en que nadie desde Francia le ha pedido ayuda. ¿Acaso, cuando existe una catástrofe o cuando se produce una masacre esperamos a que nos llamen?¿O acudimos a prestar ayuda?
Se puede estar de acuerdo o no, y reitero mi postura contraria a la guerra, sobre todo cuando puede ocultar intereses no solo de defensa de valores, sino intereses económicos y geopolíticos, pero la decisión debe ser tomada en un sentido o en otro porque la cobardía del silencio es la peor solución.
Creo que la situación actual no es similar a la de Irak en 2003. Allí hubo una guerra ilegal a espaldas de la ONU y no existía causa que justificara el desastre que se fraguó por la incoherente y soberbia decisión de personas como Bush, Blair o Aznar, entre otros. Ahora, frente al Daesh, la ONU ha manifestado que es una amenaza global y ha autorizado a que se usen todos los medios necesarios para acabar con él.
¿Es necesario declarar la guerra al EI? ¿Acaso no hay ya una guerra en Siria en la que está implicado el mismo? Si es así, ¿para qué una coalición internacional sin un objetivo común, ni unas razones de fondo compartidas por los que se asocian frente a esa amenaza?
De momento, estamos siguiendo paso a paso la hoja de ruta marcada por Daesh. Unos ataques terroristas con armas compradas en Alemania, han provocado su reconocimiento como oponente «digno» en el campo de batalla. Imagino que el Daesh estará contento por este éxito. En su planteamiento de terror universal ha conseguido, por la acción de los demás, lo que con las suyas nunca hubiera alcanzado: que se le tenga como el enemigo universal más peligroso y frente al cual todos se unen, sin saber bien para que o por qué lo hacen.
En todo caso, pase lo que pase, hemos contribuido a que, con la propia sangre derramada, el Daesh se consolide. Aún en el supuesto de que se le venza, la semilla ya ha germinado. Hemos demostrado dónde y cómo nos hace daño. Y esto será explotado en forma constante a lo largo y ancho de todo el mundo. La acción será permanente y pasará de un lugar a otro, de una organización a otra, de un grupo al siguiente y así, sucesivamente.
Las razones de cada uno de los actores de la gran coalición contra Daesh son diversas e incluso contrapuestas, a modo de lo ocurrido frente a Hitler: todos querían acabar con él, aunque por motivos diferentes. El problema es que el enemigo actual no es Alemania, ni otro país, sino un conjunto de personas que con tierra o sin ella van a seguir actuando y atacando allí donde saben que hacen daño, y cuya vocación expansionista no pasa por la ocupación territorial sino por la mental o de las convicciones. El Califato Universal nunca ha estado reflejado en un lugar físico del mundo sino en las mentes de quienes lo defienden, de ahí que combatirlo con armas, paliará algunos efectos, pero no acabara con él.
Desde que comenzó a fraguarse Al Qaeda, hasta la actualidad del Daesh, han pasado más de 20 años y sus resultados son igual de letales que en 2001 o 2004, solo que, al acumularse se hacen más insoportables para los ciudadanos.
Efectivamente ha llegado el momento de combatir este tipo de hechos, pero el desafío va mucho más allá que acudir a las armas. En todo caso, una guerra es difícil de ganar desde el aire. Los países de la gran coalición y Naciones Unidas, deberían comenzar por ponerse de acuerdo en el papel de Siria y de su Gobierno. La guerra en Siria, se utiliza como excusa para los equilibrios geoestratégicos y económicos de las grandes potencias a costa de la población masacrada por unos y por otros. Ya es tiempo de que decidamos realmente apoyar a este país en el terreno y para ello las naciones coaligadas deben abandonar sus particulares intereses y mostrar una verdadera solidaridad con el pueblo sirio, pero también con el pueblo kurdo y el iraqi.
Esta no es una guerra entre países ni una confrontación de operativos sino una acción contra los pueblos (sirio, iraqi, kurdo, maliense, entre otros) que son las víctimas, y, por ende, son estos los que deben recibir el apoyo unánime internacional frente al Daesh.
La pregunta es ¿los que deben unir fuerzas están dispuestos a asumir este papel? ¿Están dispuestos a que luego de triunfar sobre el Daesh, los responsables de los crímenes cometidos contra ese pueblo, respondan de ellos? ¿Están dispuestos a no repartirse la piel del león y a contribuir a la verdadera democratización de esos territorios? ¿Estamos dispuestos a profundizar en el análisis de las causas y la búsqueda de soluciones? Cuando encontremos la respuesta y aunemos de verdad los esfuerzos, estaremos en disposición de vencer al Daesh y a cualquier otra reproducción del mismo en ese u otro lugar, y a erradicarlo de las mentes de quienes ahora lo defienden.
Mientras tanto, quizás en el pacto antiterrorista que han suscrito los partidos políticos en España (salvo Podemos, IU, PNV, entre otros) se podría adoptar, el acuerdo de derogar la reforma de la Ley que prácticamente hizo desaparecer la Jurisdicción Universal de España; la no utilización del terrorismo como arma electoral, con la desaparición de las ruedas de prensa de políticos para dar publicidad a operaciones policiales más que cuestionables; o medidas claramente protectoras de la migración que evite revictimizaciones de quienes huyen del terror; medidas de desarrollo educativo y participación plural que eviten comportamientos islamófobos… y, medidas que impongan responsabilidad a los responsables políticos cuyas informaciones atemorizan y desinforman a la población, por ejemplo.
Este artículo se publicó en el Diario El País